Juan Carlos Vivó Córcoles

Tengo un nuevo post en mi blog: La conquista de la felicidad según Bertrand Russell. Espero que os guste. juancarlosvivo.com/2015/06/la-con…

Marcel Proust es autor de obra única. En busca del tiempo perdido constituye uno de esos monumentos literarios a los que hay que prestar atención al menos una vez en la vida pese a su complejidad y difícil lectura. En el primer volumen Por el camino de Swann el narrador come una magdalena acompañada por un té. En ese instante, aparece el pasado: su infancia. Es la magdalena lo que retrotrae al narrador a sus veranos en casa de su tía Leoncia. Desde ese instante se rememora toda una vida en la que el paso del tiempo tiene un valor de destrucción: un pasado que desaparece inexorablemente pero que fundamenta el presente y sienta las bases del futuro.

El recuerdo no aparece ordenado de modo sistemático, aunque Proust nunca rompe del todo con cierta linealidad narrativa. Será la evocación constante de diversos objetos la que hará ir apareciendo, con cierto desorden, momentos olvidados. Sólo así Proust llegará al final de su indagación sobre el paso del tiempo y su recuperación, finalidad de su obra. Así pues, será en El tiempo recobrado, tomo que cierra el ciclo novelístico, donde experiencias parecidas a la magdalena inicial, darán sentido a lo recuperado, ya perdido.

Pues bien, sin duda, como Proust, el tiempo lo recuperamos, en buena medida por objetos que para nosotros tienen un valor único. Los asociamos a experiencias propias, a hechos, lugares o personas que han fundamentado nuestra existencia. Quedan unidos a instantes que, para otros pueden parecer poco importantes. Pero es nuestra capacidad de dar sentido a lo vivido lo que hace que, en ellos encontremos sentido a nuestra propia existencia. Son objetos que se constituyen en síntesis de instantes, personas o lugares clave para nosotros. De ahí que sea muy difícil transmitir el porqué los conservamos, los guardamos a buen recaudo siempre, y nos duele perderlos, si ocurre.

Ahora, recién comenzado este año 2013, he podido hacer acopio de varios de esos objetos que rescatan lo vivido: un anillo de oro, una ramita de romero y unos pendientes.

Un anillo que he heredado de mi abuela, que ella llevaba siempre y que regaló en tiempos a su hijo pequeño que falleció muy joven. Repitió en infinidad de veces que lo llevase siempre, que era para mí. No lo luzco a diario, pero sí en ocasiones importantes, por miedo a perderlo. Y es para mí símbolo de la familia, de la vida de unos mayores que dieron todo por mí y que estarán siempre presentes en mi vida. Hago un constante esfuerzo por recordar lo que me dejaron.

Una ramita de romero, que se aja en un cajón pero que obtuve cuando empezaba a salir de un momento de crisis importante. Es señal de ese renacer. Cerré una etapa y comencé otra mucho mejor que perdura y que me ha hecho otro. También me unió a un grupo de personas que ha entrado en mi vida para siempre. Y, especialmente, a una mujer de bandera a la que le debo mucho y que me ha cuidado siempre. Y por último a una preciosa mañana de paseo.

Y unos pendientes, que regalé a un ser único que me proporciona una paz inmensa, que siempre está ahí y que es la bondad en grado sumo. He crecido en buena medida gracias a ti, a su cariño y cercanía. Aunque creo que hemos crecido el uno a junto al otro. Es algo que nos repetimos constantemente.

En definitiva, un anillo, una ramita de romero y unos pendientes. Son mi particular magdalena, aquellos objetos que me unen a mi pasado más o menos reciente y que me retrotraen siempre a las personas que habitan y habitarán en mi corazón siempre, del modo que sea. El tiempo se evoca a través de ellos, y aunque, como pensaba Proust, el tiempo hace desaparecer mucho de lo vivido, desde ellos disfrutamos el presente y nos lanzamos hacia el futuro con amor y esperanza.

Aunque consuma;  aunque en estos días viva la primera Navidad sin mis dos abuelos y nuestra mesa haya sido especial aunque pequeña (sólo tres personas); aunque haya gastado en regalos y alimentos caros; aunque me haya dejado llevar por el sentimentalismo ñoño y vacío de estas fechas, la Navidad es una fiesta de fe, de lo que se cree sin haberse visto, de lo que subvierte toda racionalidad.

Todo esto lo aprendí hace dos años, cuando viví la Navidad más Navidad de mi vida en un hospital, con mi familia. Tantos años hablando de ella y celebrándola desde el altar, y no fueron las palabras sino las experiencias las que hicieron entender y vivir la Navidad en su sentido más profundo.

Es la fiesta de lo ilógico. Dios, el omnipotente, el creador, asume la condición de niño, se convierte en carne mortal, frágil. Y lo hace como niño, como lo más indefenso. No es asumir la condición humana como si fuera hombre, como pensaban las herejías adopcionistas, sino como verdaderamente hombre, con todas las consecuencias.

Por eso Dios vivió las consecuencias del pecado, de la injusticia, fue perseguido, torturado y murió. Si Dios no se hace hombre, si no se hace Emmanuel (Dios con nosotros), no seríamos salvados. Dios ha tenido que compartir lo mismo que nosotros somos, incluso lo más doloroso para efectuar su mayor acto de amor.

Jesús no nace rico, ni muestra su poder real y profético con poder. Busca una familia pobre, sencilla, de un rincón recóndito de Roma, en un pueblo pequeño, con historia, eso sí, pero que profesa una extraña religión monoteísta y que ha estado sometido casi siempre al dominio de otras naciones. Y nace desplazado de su hogar, emigrante, y ni siquiera en una cuna. Con ello muestra que la Encarnación de Cristo es también política. La salvación no sólo es espiritual, sino que también es liberación, opción preferencial por el pobre. Es un movimiento de Dios integral en pro del hombre total. No se puede disociar, por tanto, -y Dios no lo hace- en el ser humano lo corporal y material y su dimensión espiritual.

Jesús desde el portal de Belén manda una señal: que la humildad, la entrega por los demás, el amor entregado, que no espera nada a cambio, la dedicación al pobre, al que no tiene nada, la búsqueda de nuestra felicidad y de la felicidad de los demás son legítimas aspiraciones y tareas que engrandecen a quien las hace suyas. que desde Jesús deben estar presentes en una Navidad que se debería prolongar todo el año.

Dios no está lejos, en su cielo, está con nosotros, entre nosotros. Su cercanía nos ha liberado del pecado y de la muerte. Con ello ha potenciado la dimensión más radical y fundante del ser humano: la trascendente, que nos hace vivir lo inmanente desde los ojos de la fe. Ha nacido en todos y cada uno de los seres humanos, aunque no lo reconozcamos. Terco como es Él, ha plantado una tienda de campaña en el corazón de todo hombre.

“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1, 14) y con su campamento se ha roto la lógica humana, que se desvincula muchas veces de lo lógico, con lo más ilógico: el amor. Porque como decía Pascal “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Dios es amor, y el amor es corazón y el corazón se aleja de la razón al uso.

Feliz Navidad.

EL VIAJE

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca

pide que el viaje sea largo.

Una lectura a la que vuelvo a menudo es a los poemas de Cavafis. Entre ellos, quizá el más conocido por todos sea “Viaje a Ítaca” que toma como motivo la  larga vuelta a casa de la Odisea, de Ulises. Cavafis reflexiona sobre el viaje. Para él lo importante no es la meta, sino el periplo en sí, el hecho de dejar la costa y adentrarse en el mar. El camino está lleno de peligros, de naufragios, de reinas como Dido que tratan de apartarnos de nuestros fines o, incluso, hacernos desistir de la necesidad de partir.

Tener claros los objetivos en la vida es fundamental. También el buscar descansos o puertos que nos refugien de la tempestad, fortalezas a salvo de Cíclopes y Lestrigones. Pero como algo provisional, temporal. En el viaje en sí está la esencia, lo único no contingente en la vida, lo poco propio de su misma constitución. En viajar y no en detenerse está la oportunidad de madurar y mejorar la vida aprendiendo a sortear los problemas o a convivir con ellos cuando no son solucionables fácilmente. Pero también en caminar están las oportunidades, la capacidad de conocer algo nuevo, de encontrar tesoros, de ampliar nuestro mundo con paisajes y personas nuevas.

Pero el viaje más importante, que muchas personas no emprenden jamás porque viven en la superficie es el viaje al interior de uno mismo. Encontrar momentos y tiempos de introspección, de análisis de emociones, pensamientos y actuaciones es viajar al encuentro con uno mismo. Parar, mirarnos, bucear en nosotros es clave en nuestro crecimiento. Sólo quien ahonda en su interior intentando saber quién es, puede ser más plenamente hombre y salir provisto de una mirada nueva y acogedora del mundo y del prójimo e incluso de Dios. Admitiendo  sin embargo que somos misterio y que hay una parte de nosotros mismos que quedará siempre en la oscuridad merece la pena abandonar Troya y salir hacia Ítaca , como el Ulises que no se quedó en la ciudad destruida.

Mi trayectoria intelectual me ha guiado por aquellos caminos hacia la introspección que me ha mostrado la filosofía y la literatura sobre todo.

San Agustín, me ha mostrado que sólo en el interior de uno mismo encuentra a Dios y alcanzamos la trascendencia. Hay que bucear en nosotros para encontrar la iluminación, la luz. Se trata de trascenderse a uno mismo, de poner nuestros pasos «allí donde la luz de la razón se enciende». Descartes, es otro camino hacia lo interior, quien tras dudar sistemáticamente de todo, encuentra en el hombre pensante, que razona, en el cogito un motivo para salir al mundo y redescubrir la verdad de la existencia humana y la capacidad de acceso veraz a la realidad. Kant, más tarde, encuentra en la razón unida a la experiencia la verdad del conocimiento, pero que los supedita al encuentro con el mundo, el alma y la divinidad como algo fundante de la realidad humana aunque no sean entidades accesibles más allá del acotado mundo fenoménico. También nos habla del valor ético del fin en sí mismo, que jamás justifica los medios como base de toda relación de un hombre con otro. También me fascina un Husserl que sólo en la “vivencia de la esencia de la conciencia” más pura encuentra al hombre pleno. Es el encuentro con el hombre concebido como conciencia pura.  Y, por último un Levinas, que sólo en el encuentro con el Otro desde un Yo puede fundar la verdadera felicidad del hombre en la constitución de un Nosotros.

También me ha ocupado tiempo un Dante que, viajando al Infierno, al Purgatorio y al Paraíso dibuja un mapa completo de las pasiones y las virtudes propias del ser humano, apostando siempre por el bien. O ese San Juan de la Cruz que, tomando como base el Cantar de los Cantares, poetiza la búsqueda de la amada del amado, el encuentro amoroso entre Dios y el hombre aplicable también al encuentro de un ser humano con otro. O también el Quijote que recorre la Mancha buscando sus sueños, persiguiéndolos aunque los llamen locura. O, el capitán Ahab que dedica su vida a sólo encontrar una ballena blanca (Moby Dick) para obtener la gloria de su muerte, en un Leviatán concebido como el mal absoluto en un compromiso ético no menos absoluto. O el Ulises de Joyce que en la figura de Leopold Bloom reproduce la Odisea por las calles de Dublín y que con el monólogo interior de Molly Bloom supone el primer intento serio en la literatura de reflejar el flujo del pensamiento con el que se vuelve a viajar de un modo siempre nuevo a la interioridad del ser humano. O ese Proust que desde una magdalena hace un viaje al pasado que obligará al narrador a retroceder hasta lo más profundo de la memoria.

Pero no sólo estos ejemplos son válidos estos casos extraídos de la literatura o del pensamiento, sino también la infinidad de personas que nos rodean que tratan de hacer de su vida un constante encuentro con la hondura de su identidad humana y que se perciben diferentes porque se mueven por un sueño, por amor,  por un compromiso ético profundo, por decorar su vida y la de los demás de belleza, por su afán por desvivirse y cuidar de los demás. Personas desconocidas para todos pero que influyen en nosotros haciendo nuestra existencia mejor

En definitiva, infinidad de ejemplos que nos hablan de la insoslayable necesidad de entrar en nosotros mismos para descubrirnos.

Lo importante es que te des cuenta que esta vida es corta y que no la tienes que desperdiciar en la superficie, sino bajar a los abismos de tu persona, buscarte y encontrarte, conocerte. Cree de verdad que tu persona es un tesoro que acumula  un sinfín de objetos maravillosos. Quizá no hayas educado tus sentidos para verlos, pero están ahí. Ilumínalos con tu sensibilidad y te sorprenderás.

Pero también en tu corazón hay mucho malo. Ponte el mono de faena y trabaja por observar y localizar las razones por las que haces lo que no quieres. Cámbialo, puedes hacerlo.

Descúbrete bello, quiérete. Es la única base desde la que serás mejor. Cuídate también. Invierte en ti. Valora tu cuerpo, cultiva tu alma, lee, explora, disfruta de los placeres de la vida.

Ama, ama siempre, con entrega. No te quedes en ti mismo. En el otro está la recompensa. Si amas con todo tu corazón verás como se te recompensa.

Busca espacios y tiempos para ti, para estar solo, para la meditación, la oración, el silencio. Hay que encontrar el momento reflexivo para cargar pilas.

No dejes de viajar nunca. Cuando hayas alcanzado una meta, fíjate en que el horizonte ha cambiado. Hay algo nuevo que no conoces, no puedes parar. No tengas miedo.

No estás solo. Ulises viajaba con su tripulación. Ellos buscan lo que tú: encontrarse a sí mismos. Te acompañan personas que ya no están, que la muerte se ha llevado pero que están contigo, son referencia y ejemplo de buen vivir. Están personas que son tu vida actual, que están contigo, que te quieren, que te aceptan y comprenden en tus debilidades y se alegran en tus alegrías. Esas personas te ayudan a viajar y tú les ayudas. Mantenlas a tu lado a toda costa. Son tu familia, tu pareja, tus hijos, tus amigos…

Deja un gran espacio para Dios. Es un apoyo que nunca falla. En él encontrarás apoyo y consuelo, y una presencia constante que te llena de dicha. Si no crees, no importa, Él está a tu lado, aunque no quieras reconocer su presencia viva. Te quiere aunque no lo quieras.

Y que tu logro sea que con tu vida ofrezcas una obra de arte que todos admiren, una obra de arte que todos desearían poseer. Que todos puedan recordarte como el inconformista que quiso viajar a lo más profundo de sí mismo para ser un gran hombre.

Recomiendo ver el vídeo y volver a leer el post.

“Nada ha cambiado. Sólo yo he cambiado. Por lo tanto, todo ha cambiado”. Proverbio hindú.

Cuando dejé el sacerdocio hace ya casi cinco años me marqué una hoja de ruta bien clara: en unos dos años más o menos iba a tener un trabajo estabilísimo y muy bien remunerado e iba a tener a mis pies una especie de Cristina Pedroche y un enanito diciéndome: papá.

Pues bien, hoy en día tengo un trabajo que he consolidado hace poco, tras perder otro y estar un tiempo parado y he ido dando tumbos sentimentales con un par de relaciones fuertes, muchos amagos y alguna que otra aventurilla. Del niño, ni rastro, creo.

Todo ello ha provocado en mí, durante largo tiempo, una especie de ansiedad y unos sentimientos de frustración permanentes, bien aderezados con baja autoestima, aislamiento y un constante mal humor que transmitía mucha negatividad. En definitiva, creo que cometí el error de plantear mi felicidad en torno a la obtención de unos resultados.

Sin embargo, este verano ha sido un tiempo propicio para mí.

Al comenzar las vacaciones, en julio, tras unos días de adaptación al reposo decidí aprovechar el tiempo. Para ello me ayudó el vivir junto al mar, que ejerce sobre mí un poder relajante como pocas otras cosas lo hacen y la tranquilidad. Me dije: invierte todo este tiempo tiempo en ti; analízate, conócete mejor, cambia lo negativo que hay en ti y renace; vuelve a ser el que eras. No estás bien, tienes que cambiar.

Y sí. El tiempo ha sido bien aprovechado. Soy otro. Me veo un hombre nuevo, seguro de mí mismo, con metas claras, que sabe lo que quiere. Pero ya mi vida no gira en torno a la obtención de resultados, sino en torno a mi enriquecimiento personal, al cuidado de mí mismo, a generar en mí actitudes positivas. Porque el fracaso está ahí, inevitable. Pero estoy preparado para aprender de él. Y, aunque no renuncio a mis sueños, sé que unos se harán realidad y otros no, siempre a su ritmo y en el momento en que sean oportunos, no cuando a mí se me antoje.

Me conozco mejor. Ello ha llevado a un mayor dominio de mí mismo, a cambiar formas de pensar y de actuar. También mis relaciones personales y sociales han mejorado. Me veo simpático, sonrío, bromeo, beso y abrazo. He vuelto a la actividad física y me veo más guapo. Me encanta tocarme, ver que me salen bultos nuevos y que el bulto abdominal disminuye. Estoy recuperando a gente que he dejado en el camino (la lista de personas a las que le tengo que pedir perdón disminuye). Me abro a nuevas relaciones sin miedo, a nuevas amistades, a la profundización de las que tengo. He sabido crear en mí condiciones para rodearme de personas que me aportan y he sabido alejar de mí a vampiros emocionales y a personas que sólo buscan compensaciones a sus carencias. Tampoco las busco yo, por supuesto, aunque las he buscado y puede que así haya espantado a más de uno. Ahora puedo afirmar que quiero a quien quiero porque me quiero y puedo querer de verdad. Al quererme a mí mismo, estoy preparado para amar con entrega y para recibir el amor que se me da.

Sé que otra prioridad, aparte de mí mismo, es mi familia, mi corta familia: mi madre y mi hermana, el cuidado y la atención a ellas. Les tengo que pedir perdón por lo mucho que les he hecho sufrir y mimarlas. Que sepan que estoy ahí, en lo cotidiano, no sólo para ocasiones extraordinarias, en las que siempre he estado. Si ahora le cuento hasta a mi madre mis historietas. Impensable.

Estoy disfrutando, también, mucho de mi vuelta al trabajo. Me ven activo, creativo, con ganas, tratando mejor a mis chavales, apoyando a los compañeros, participativo, crítico sin ser cenizo… Tengo la suerte de tener trabajo, y un trabajo que me encanta, algo que en los tiempos que corren es maravilloso. Pero no le estaba sacando todo el jugo. Pese a lo maltratada que está la enseñanza en este país, pese a no tener una seguridad total en mi futuro laboral, ver crecer a pequeños seres humanos gracias, en parte, a mi influencia es muy gratificante.

También he vuelto a estudiar, a leer. Porque me apasiona el estudio y porque me abre horizontes, no sólo profesionales, sino personales.

Estoy cultivando más profundamente una afición que dicen que hago bien: escribir. Mi blog, mis colaboraciones y el deseo de afrontar pronto un proyecto más importante.

Voy ganando amigos, recuperando otros, abriéndome a gente nueva y maravillosa. Mi mundo se amplía.

Disfruto de placeres sencillos, de detalles pequeños de la vida: como los amaneceres en el mar, el ejercicio, la música, un paseo, la risa de un niño, la comida sana y los pequeños caprichitos que ya no son la base de mi alimentación…

Y, después de una relación sentimental complicada que me hizo mucho daño, pero de la que aprendí (supuso un punto de inflexión en mi vida) y que me generó un exceso de defensas ante la mujer, me veo preparado y con ganas para una relación seria. No deseo una Cristina Pedroche que no existe, sino una mujer sana y normal, pero especial y única para mí, que quiera ser feliz conmigo y que quiera que yo la haga feliz. Alguien con quien me sienta bien, que me llene, que ocupe mi pensamiento y mi corazón. Seguro que mi intuición me hará ver por quién debo apostar. Con mi renovada actitud, sé que es posible. Antes, no. Ya no me guía la ansiedad, sino la seguridad. Con lo cual, quien se me acerque ya no me verá débil, sino entero, lo que me hará más atractivo; ya no buscará lo que le falta, ni me utilizará, sino que me querrá.

Por supuesto que sigo teniendo muchos problemas, muchos defectos, que aún tengo que caminar mucho. Pero la mayoría de los problemas que tenía han desparecido como por ensalmo. Porque el problema era yo. Al estar bien, mi entorno está bien y toda nube en el horizonte desaparece.

En definitiva, que me veo un hombre nuevo, diferente, mejor. Me bebo la vida, me como el mundo. Sé que para ello tengo mucho cerebro, mucho corazón y que los tengo lo suficientemente gordos, negros y peludos.

Ya no actúo conforme a resultados, a metas. No me guía la ansiedad, la manipulación de la realidad conforme a mis intereses, sino el cultivo de actitudes positivas para la vida, para mi enriquecimiento. Ahí está el secreto. Bendito verano.

Domingo y yo éramos inseparables. Con nuestros once años ya nos atrevíamos a explorar misteriosos e ignotos barrios de la ciudad hasta entonces.

El descubrimiento más fascinante de aquel verano fueron los recreativos Orenes, situados al final del Paseo de la Feria, subiendo ya hacia la catedral. Se nos antojaba el lugar más divertido sobre la tierra. Pero, eso sí, era un lugar de delicias carísimo para lo que podíamos obtener de nuestros padres quienes, como gente de bien, miraban mucho por la economía familiar. Los veinte duros que me daban a la semana daban sólo para diez partidas al futbolín o para cuatro en las maquinitas de matar marcianos. Con lo cual poco se podía disfrutar.

Una mañana me quedé helado con un comentario de mi madre:

-¡Qué mal pelado vas siempre desde que cambiaste de peluquería! Me parece que el peluquero, con las cuatrocientas pesetas que me saca ya podría esmerarse más y no hacerte trasquilones. Puede que tenga unas palabras con él. Da vergüenza verte.

Esa misma tarde, al volver del colegio, mi madre puso en mis manos cuatro billetes de cien pesetas para cortarme las vedijas. Inmediatamente, me dirigí a mi habitación y saqué de entre el colchón y el somier unas tijeras que había sustraído del costurero de mi abuela y que ella daba por perdidas desde hacía mucho tiempo. Con cuidado, en un bolsillo del pantalón las escondí y salí con ellas de casa.

Me dirigí entonces al parque de los Jardinillos de la Feria. Allí, en un banco cercano a la Fuente de las Ranas me dispuse a cortar el pelo con primor y alegría a Domingo que me esperaba hacía ya un rato largo. En cuanto terminé mi faena, observada con curiosidad por toda persona que pasaba por allí, me puse yo en manos de Domingo para que repitiera conmigo la misma operación.

En ese instante, noté un calor intenso en mi mejilla, y un dolor fortísimo. Sentí entonces la mano de mi madre golpear con la misma fuerza la otra mejilla, mientras me agarraba del pelo hasta levantarme del asiento. Observé también, aterrado y pensando en los posteriores castigos, cómo Adela, la madre de Domingo, chillaba a su hijo y le propinaba un buen azote en el culo.

Cinco meses antes más o menos el par de dos ideamos una treta que nos fue muy provechosa hasta entonces, claro está. Pedíamos dinero a nuestras madres y, con la excusa de la peluquería, nos dirigíamos al parque, nos pelábamos e, inmediatamente, nos gastábamos las ochocientas pesetas recogidas en una especie de orgía de muerte de todo enemigo que quisiera invadir la tierra o de destrucción de toda nave alienígena. El cielo, en forma de máquina de videojuego.

Pero desde ese día, el mundo se redujo para mí a colegio y casa durante un buen tiempo. ¡Qué se le va a hacer!

Esas y otras muchas anécdotas han cimentado una gran amistad.

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“Te he querido siempre, siempre, más que a mi vida. He vivido por ti y para ti. Y te quiero y te querré siempre, más allá de mi propia muerte.”

Este es el texto que el viejo profesor de filosofía escribió a una ancianita. Cuando ella la leyó, se paró en silencio. Tuvo que sentarse para que la emoción no la derribara al suelo, de golpe, como cuando se deja caer un pesado saco, vencidos los brazos. José, el hermano del viejo profesor, entreviendo lo íntimo del momento, permaneció en silencio.

Una mañana de 1950, paseaba el entonces novel profesor por un parque del centro de la ciudad. Se sentó en el único hueco que quedaba entre los muy ocupados bancos de una tarde de primavera. Junto a él una joven mujer miraba sin mirar, en el otro extremo del banco, absorta, a unos niños jugar, sin fijar la atención de sus ojos en ninguno en concreto. De vez en cuando, con un pañuelito blanco, impoluto, secaba una lágrima evitando, que su grosor aumentase hasta el punto de que la hiciera caer.

-Es la primera vez que se sienta usted junto a mí –dijo Lucía, sin esperarlo, posando su mano en el antebrazo de Manuel.

-También es la primera vez que está usted sola. Siempre la acompaña un joven. -Contestó el entonces recién llegado profesor a la capital.

Con gesto contenido, Lucía apoyó su cabeza en el hombro de Manuel quien permaneció en silencio sólo atreviéndose a pasar su brazo por detrás del cuello de ella y a acariciar su pelo, su oreja, su mejilla, mientras la mujer lloraba ya sin frenar sus emociones. Tras un tiempo así, tras calmarse ella giró su enrojecido y húmedo rostro hacia él, lo besó tiernamente y, con una sonrisa, se fue sin volver la vista atrás.

Desde entonces, casi siempre a la misma hora de la tarde, Manuel, dirigía sus pasos hacia ese banco del parque, hiciese sol o lloviese. Ocupaba el mismo lugar donde se sentó la tarde en que Lucía lloró a su lado. Si estaba ocupado, esperaba su turno o simplemente buscaba un lugar desde donde vigilar de cerca.

La ilusión del reencuentro poco a poco se convirtió en ansiosa impaciencia. Más tarde en una mezcla dolor, en desesperación, en resignación más o menos intensos. De vez en cuando, con cuando una mujer se sentaba junto a él, renacía la esperanza, siempre frustrada. Alguna vez se atrevía a preguntar: “¿es usted Lucía?”

Cuando ya mayor, la enfermedad impidió acudir a su cita diaria, los habituales del parque lo echaron de menos. Se había casi convertido en una de las estatuas que decoraban el lugar.

Una mañana, presintiendo la muerte cercana, en el lecho desde el que sufría, entregó un sobre a su hermano menor con el encargo de que lo abriese en cuanto muriera.

Tras el funeral del viejo profesor, José procedió a cumplir con el deseo de su hermano. En una extensa carta le contaba cómo fue esa única tarde en que tuvo a Lucía entre sus brazos, cómo la había esperado sin encontrarla jamás, cómo la había querido, cómo no había podido acercarse a otra mujer desde entonces.

Le encargó que la buscase y le entregase otro sobre más pequeño que se encontraba en un cajón de la cómoda.

Hombres G: Si no te tengo a ti.

En el año 35, justo antes de iniciarse la Guerra Civil, al año de la boda de Eduardo y María, era una bendición para cualquier hogar el poder criar dos gorrinos. Y más cuando muchas familias la abstinencia de no comer carne la llevaban a la fuerza hasta los días que no marcaba para tal ejercicio espiritual la Santa Madre Iglesia Católica.

María estaba haciendo sus cuentas. Uno de los dos gorrinos se sacrificará para tener una sólida reserva de alimentos que les sacase de la dieta habitual donde la carne escaseaba. Casi con seguridad las partes más nobles, como los lomos, solomillos y jamones los venderían, junto con el segundo cerdo completo, por supuesto.

Al casarse, María y Eduardo fueron a vivir a una casa propiedad del padre de la joven esposa quien, por ser hija única, no tenía que partir con ningún heredero, que solía y suele ser causa de conflictos entre hermanos. Eduardo, por su parte, era de familia menos pudiente y estaba encantado de dormir bajo un techo que no se caía a trozos, como el de sus padres, y que disponía de un patio y de dependencias suficientes como gorrineras y conejeras para  no tener que estar mezclado con los animales. Con todo, la cocina y la cocinilla necesitaban una reforma debido a que, cuando una casa está cerrada mucho tiempo parece como que le perdiese el ánima y languideciese, llegando a ruina. Las casas tienen vida propia y sanan de sus enfermedades en cuanto sienten el calor de una lumbre en la chimenea o de un brasero de ascuas calentando una cama o huelen, hambrientas el olor dulce de un cocido. Para tal misión el segundo gorrino era pintiparada para, en la Feria de Albacete, hacer negocio y, con las pesetas volver a su ser lugares tan importantes de una casa. La idea de María era, pues, propia de la condición femenina, siempre tan práctica y sensata.

A primeros de septiembre se celebra la Feria de Albacete. Era costumbre en los pueblos cercanos a la ciudad, como el Argamasón, aviar el carro, uncir las mulas y cargar aquello que se quería vender en tan famosa feria de ganados. Junto al aljibe, se montaba por la mañana temprano del día 6 una caravana de carros que vaciaba medio pueblo para poder estar el día 7 en la cabalgata de inauguración de la Feria. Por el camino que llevaba a Albacete se formaba una fila de diez o doce carromatos que partían del Argamasón. Al llegar a Albacete acampaban en la cuerda, junto al muro más exterior del recinto ferial. Se le puso tal nombre porque existía una gruesa soga fijada a dicha pared por el Excelentísimo Ayuntamiento, para que sirviera de amarre de los caballos, las mulas y los burros con los que los pueblerinos se desplazaban a la ciudad.

El viaje era corto, unas cuantas leguas, pero se hizo en condiciones penosas para el joven matrimonio, porque Marcos, que así llamaban al gorrino destinado a la venta, era un mozo muy bien criado y fuerte y ocupaba casi toda la barca del carro, por no hablar de lo nervioso que se puso de verse en tal trance, y del mal olor y de los excrementos y orinas propios de tan sucio animal que abundaban sobremanera, como cuando nos pasaría a nosotros si nos viésemos en tal trance o parecido. El peso del porcino y su incesante movimiento nervioso hacían chirriar de lo lindo a las palomillas de los ejes de las ruedas, amenazando romperse. Al llegar, María y Eduardo ataron a Paloma, la mula que con paciencia había tirado del carruaje, bajaron el gorrino y limpiaron la caja del carro con recios escobones y abundante agua y jabón de losa. Lo habilitaron después, como almacén de alimentos y pertenencias varias y debajo de la barriga, tendieron unas mantas que servían de dormitorio conyugal durante la noche y a la hora de la siesta. El cerdo estaba atado con una soga al otro extremo del carro, constantemente vigilado por uno de los dos para evitar su robo.

Pero no sólo se desplazaban de los pueblos a la Feria de Albacete para vender productos de la tierra o algún animal, sino también para comprar aquello que era raro encontrar en un pueblo o, como Eduardo y María, a conseguir algunos dineritos. Pero, además, se iba a divertirse. Las animadas verbenas eras muy visitadas. Los puestos de churros y chocolate, se llenaban todas las mañanas. Las atracciones del Paseo de la Feria atraían a muchos niños. Pero los dos espectáculos señeros de la Feria eran los toros y el circo. La plaza de toros había sido construida a principios de siglo por lo que era uno de los edificios públicos más imponentes y modernos de la ciudad, cimentando una de las ferias taurinas más importantes de España. Se construyó en estilo neomudéjar, como otras plazas como la de las Arenas de Barcelona, hoy convertida tristemente en un centro comercial, y las Ventas de Madrid, entre otras. Se buscaba entonces en toda Europa un estilo arquitectónico que definiera la identidad de cada país. En España se encontró en el mudéjar, tal y como lo definió Amador de los Ríos en su discurso de entrada a la Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1859 titulado “El estilo mudéjar, en arquitectura”; en Francia, se encontró en el gótico, por aquello del abate Suger y la Abadía de Saint Denis, considerada el origen de tal estilo. Por eso, en un edificio que define la esencia de lo español, como un coso taurino, se construye imitando el mudéjar casi simultáneamente en varios lugares del país.

Los toros se consideraban, en los años treinta un espectáculo propio de hombres. Las mujeres admitidas eran pocas y estaban mal vistas en un espectáculo mucho más sangriento que el toreo actual (caballos que morían con las tripas abiertas por no usar petos, suerte de varas completa…), aunque ya se relajaba algo dicha disciplina excluyente del sexo femenino. Sin embargo, el circo era un entretenimiento propio de niños y mujeres. Sobre todo los toros eran caros para los ingresos de unos humildes agricultores como María y Eduardo. El circo tampoco era barato que digamos. Lo que suponía un esfuerzo no era tanto el precio de las entradas, más módico que el de los toros, sino el hecho de que iban las mujeres y sus hijos, por lo que había que sacar tres, cuatro, cinco o las entradas que fuesen necesarias.

Eduardo, era muy aficionado a los toros. Otros años ahorraba lo que podía, para poder adquirir una entrada. En cuanto llegaba a la Feria, lo primero era ir a las taquillas de la plaza de toros para asegurarse un asiento justo el día en que los vecinos del Argamasón acordaban para poder ir a la misma corrida. Sin embargo, ese año, a escondidas de María, había ideado una treta. Con don Manuel, un tratante de ganados de Albacete que se dejó caer por el Argamasón, ya había apalabrado y cerrado la venta de Marcos sin decirle palabra a María. Don Manuel no era tonto y, como buen negociante, quería quedarse a toda costa el animal, para acabar de criarlo y sacrificarlo en noviembre. El precio de la carne del animal despiezado iba a valer el doble que si se vendiese en vivo. Y de verdad que el cochino daba envidia por su peso y por lo sano y saludable que se mostraba. Por ello le adelantó a Eduardo, en señal, la mitad del valor acordado por el animal, para que no se lo birlase nadie. Entonces la palabra dada era sagrada y no hacía falta más papel firmado que un apretón de manos y un vaso de vino. Eduardo quedó con el tratante en que, justo el primer día de feria, en torno al mediodía, se acercase don Manuel con dos peones para llevarse el animal en el momento en que su mujer se ausentase con sus amigas a dar una vuelta por el recinto ferial a ver los puestos y a probarse unas enaguas que le hacían tilín. En ese momento, el tratante le pagaría lo que faltaba y se consumaría la transacción.

Efectivamente al volver María de su paseo se encontró con que el gorrino ya no estaba. Su marido la esperaba y le entregó una parte del dinero que le había pagado el tratante, no todo. A María se le antojó poco y le recriminó el que quizá había hecho una mala venta y que puede que lo hubieran engañado. Con tan pocos duros para poca reforma de la casa iba a dar. Eduardo calló, aguantando el chaparrón hasta que escampó.

Esa misma tarde se celebraba la primera novillada y Eduardo se escabulló de su mujer como pudo, justo a la hora en que sesteaban. Al volver Eduardo de los toros le preguntó que de dónde venía. Él le contestó que de dar un paseo, que tenía calor y que prefirió ir a los jardinillos de la feria donde había sombra. Debajo del carro se notaba el bochorno de un día cálido pero con los cielos cubiertos. De los peores del seco verano albaceteño. Los dos días siguientes se repitieron las circunstancias de tan sigilosa fuga con destino a los toros.

Al cuarto día, a María le fue Josefa, su vecina: “Pues ¿no he visto entrar a tu marido a la plaza toros hace un rato? Creía que eran visiones, pero me acerqué a él y efectivamente lo vi. ¡Anda con el millonario, pensé!”. Esto extrañó mucho a María y dio por carburar mucho a la molondra no intentando disimular su mosqueo. A las dos horas, media hora después de que terminase el festejo taurino, volvió su marido con la misma excusa de otros días: el calor que le impedía dormir y el frescor de la cercanía de las fuentes y de la sombra de los pinos.

Al día siguiente, María se acostó a la siesta con Eduardo, pero se esforzó en no dormirse. Al sentir cómo su esposo abría la manta, observar cómo se lavaba la cara con la zafa, se ponía la chaqueta y se echaba a andar en dirección al coso taurino, fue tras él. Lo esperó a la salida y en cuanto lo vio fue a su encuentro para pedirle explicaciones, toda furiosa. La cara de pasmo de su esposo fue para ponerle un marco.

Resulta que Eduardo, movido por su afición a los toros, había ideado la treta de vender a Marcos sin que su mujer lo supiera y engañarla. Con las dos terceras partes del dinero de la venta se sacó abono para toda la feria de toros, lo que habría sido imposible para su economía si no hubiese sido así. Cumplió su sueño a costa, eso sí, de un serio problema conyugal, al inicio de su matrimonio, de emocionarse con el toreo de capote de Armillita, con el temple majestuoso de los naturales de Barrera y con el valor de entrar a matar recibiendo del novillero Jaime Pericas.

El resultado fue que María estuvo casi un año sin hablarle a Eduardo, provocando la primera crisis matrimonial de un matrimonio que con sus más y sus menos llegó hasta casi los setenta años de feliz convivencia. Sin embargo, entonces, las únicas palabras que se dirigieron eran las imprescindibles para el buen gobierno de la casa. El control de los dineros y negocios del matrimonio por parte de María fue férreo, no permitiendo a Eduardo ni tomar un recuelo con sus amigotes del casino. Y se rumorea que lo mantuvo en tal abstinencia de sexo que creía ser el pobre Eduardo uno de esos atenienses mantenidos en huelga de toda actividad lúbrica por Lisístrata y las mujeres de Atenas hasta que cesase la guerra.

Por supuesto que muchos otros motivos provocarían situaciones parecidas o más graves incluso en sus muchos años de matrimonio. Poco a poco, la tensión se relajó. Fueron inteligentes y pusieron de su parte para que, las aguas volvieran a su cauce, cosa que muchas parejas de hoy en día no tienen y por la mínima ya están con los papeles en el juzgado. Dios quiera que muchas crisis de pareja se resolvieran así, con paciencia, perdonando y sabiendo valorar que la reforma de una cocina puede esperar un tiempo. Con todo ¡qué bien se lo pasó Eduardo ese año! ¡Lo que pudo presumir años y años en el casino con tal hazaña que ningún esposo se atrevió a siquiera soñar emular! ¡Y lo que se pudo emocionar con María, cuando ya viejos, contaban esta historia a sus nietos!

La vida del apóstol San Pablo es parecida, mutatis mutandis, a lo que hoy en día llamaríamos un emprendedor: es un hombre siempre en camino, siempre en cambio, sin miedo a nuevos retos, comportasen los sacrificios que fuesen necesarios. Tras su conversión, debido a haberse críado en la diáspora judía, en contacto estrecho con la cultura tardohelenística de la populosa ciudad de Antioquía, tuvo claro que el futuro del cristianismo no pasaba por predicarse al interior de la comunidad judía, al contrario. En el Concilio de Jerusalén tuvo que disputar agriamente con muchos de los demás apóstoles que pretendían lo contrario. El Evangelio, según intuyó Pablo, era para todo hombre y para toda cultura. Por eso, durante años anduvo por el Oriente del Imperio Romano, en concreto por Palestina y Siria, la península de Anatolia y por Grecia, hasta terminar en Roma.

Actuaba muy metódicamente. Llegaba a una ciudad y predicaba el mensaje de la Resurrección. Tenía más o menos éxito. Si conseguía la conversión de un pequeño grupo de vecinos, se dedicaba a instruirlos y a formar con ellos una comunidad lo más organizada Posible. Pero, en cuanto consideraba que el grupo estaba ya maduro, y podía regirse por sí mismo, hacía el hato y vuelta a empezar en otro lugar. Sin embargo nunca dejaba de tutelar a la comunidad de la que partía. Se interesaba por recibir mensajes y por atender a viajeros que constantemente le visitaban. Sus cartas son fruto de esa relación de cuidador solícito que mantenía con sus fundaciones. Cuando se enteraba de un problema concreto (como cuando intervino en la dividida comunidad de Corinto) les escribía. Con ello, su magisterio era más que tenido en cuenta y ejercía un efecto sanador basado en su autoridad apostólica.

Vivimos tiempos complicados, de incertidumbre, cambios, dolor, esfuerzo sin recompensa… Quizá no más duros que otros tiempos, como los de san Pablo, pero sí que es cierto que cada tiempo tiene su afán y toda comparación es odiosa.

Sin embargo, el tiempo de prueba es necesario. Acomodarnos, no cambiar, nunca es bueno. El exceso de sofá cómodo atrofia los músculos de cualquiera, aunque la calma y la paz sean deseables un tiempo e imprescindible el descanso y la tregua en mitad de la batalla. Echar la vista atrás lleva a que encontremos momentos en los cuales luchamos por conseguir un fin, cumplir un anhelo, alcanzar una meta. También hay instantes y estados de tranquilidad en los que hemos llegado a un estado de calma, en los que parece que disfrutamos de lo conseguimos, en que sólo hemos de de gestionar el logro exitoso; pero de pronto, o bien sobreviene el imprevisto, o bien, la rutina, el aburrimiento u otros factores nos hacen sentirnos a disgusto y querer dejarlo todo y buscar perspectivas nuevas. Es un sino inevitable en el ser humano que quiere crecer: el inconformismo.

Tenemos que estar preparados para afrontar el imprevisto (una persona que desaparece, que nos deja; un trabajo que perdemos sin esperar; un accidente…). Pero, superado el primer  golpe, tras el noqueo inicial, no hay más remedio que echar a andar. No tenemos recetas para responder a la variada casuística de cada situación, pero sí que podemos atesorar recursos para recuperarnos (resiliencia, creo que le llaman a eso. ¡Qué palabro, Señor! Resistencia a la adversidad, en definitiva) y que la caída no se convierta en derrota permanente. “Fecundo en ardides” era el epíteto que Homero daba a Odiseo. Un hombre de recursos, astuto, que a todo era capaz de dar solución con un espíritu de lo más ingenioso.

Pero, sin embargo, aun contando con ello, estoy convencido de que la mayor parte de los cambios que nos han sucedido han sido conscientemente buscados. O bien por culpa de nuestros errores, o bien a causa de una adecuada aplicación de nuestra voluntad, inteligencia y demás talentos a todos y cada uno de los retos que tenemos delante. Dido, al perder a Eneas, estuvo abocada al suicidio al no poder retener junto a sí al amor de su vida. Teniendo en cuenta que los dioses griegos marcaban el destino de los mortales, poco podía hacer. Pero ¿el suicidio fue la mejor salida? Desde nuestro punto de vista, no.

Lo malo en parte puede ser imprevisto, pero en buena medida buscado. No hay que echar balones fuera. En general, nuestros problemas son nuestra responsabilidad, sumados, por supuesto, a lo que los demás ponen de su parte. Lo que nos ayuda a crecer es aprender de ellos, analizarlos bien, extrayendo lo bueno y convirtiéndolo en lección, para que se transformen en estímulo. Es terrible quedarnos en el error y que sea paralizante o que incluso nos destruya. Conozco casos de personas que tras una experiencia traumática generan tal miedo que no desean repetir la experiencia, aun a sabiendas de que puede que no se repita. Se cierran a buscar el amor de otra persona porque sus vivencias anteriores han sido traumáticas; creen que no son capaces de llevar a cabo una tarea parecida a la que han fracasado, etc. Cuando no es así. Somos como un viajero en una estación de trenes. Van pasando uno tras otro y por miedo a caer a la vía no subimos a ninguno. Al final, la vida se nos pasa en el andén y nos lamentamos de que otros sí lo hicieron y explotaron la oportunidad que nosotros no quisimos aprovechar por miedo a cambiar y abandonar la comodidad de nuestro sofá.

 

Esto de saber algo de latín y descubrir la evolución de sus palabras hasta el español te manifiesta verdaderas preciosidades en la etimología y en los cambios semánticos que se producen en ellas. Así, la palabra “persona”, en un principio, tenía un significado muy concreto: el de la máscara que usaban los actores en el teatro. Posteriormente, pasa a designar la persona completa. Cicerón distingue cuatro usos: el de apariencia, el de rol social, el de personalidad y el de unidad de cuerpo y alma. El proceso va adquiriendo, pues, abstracción paulatina, englobando muchos más aspectos que al principio. El viaje del vocablo fue, por tanto, de lo externo y superficial a la totalidad del ser humano, de una careta, a designar a esa realidad tan compleja de nuestra especie. De la superficie al todo, en definitiva, comprendiendo al ser humano como una totalidad, sin reduccionismos.

Puede que una de las corrientes de pensamiento que más hayan hecho por una comprensión del ser humano totalizante haya sido el personalismo, a lo Mounier. La tentación de la mayoría de corrientes filosóficas contemporáneas, sin embargo, ha sido la contraria: el reduccionismo antropológico. A la persona se la enfoca desde uno de sus aspectos exclusivamente. Toda otra manifestación está explicada desde ese punto de vista, siendo, por tanto, un derivado suyo: el ser humano es la economía y sólo economía; el ser humano es angustia vital desesperada y solo eso; el ser humano es mera conciencia, o intuición, o incluso sólo erótica, como defendía Freud en alguna de sus obras. Sin embargo, se echan en falta visiones totalizadoras. En el fondo, pienso que se trata del esfuerzo de la racionalidad ilustrada, cuando se endiosa a sí misma, en un uso perverso, por dominar al ser humano, excelentemente aprovechado por el sistema económico y político de turno, sea el que sea.

Por influencia de algunas personas he empezado a leer artículos en Internet sobre Recursos Humanos. La verdad es que me interesa mucho. Porque además de los modos y medios de seleccionar a un candidato para un puesto de trabajo, se tocan contenidos intelectuales que me estimulan como los relacionados con el mundo de la psicología (motivación, esfuerzo, mejora personal, habilidades personales, autosuperación, visión positiva de la vida), con el mundo de la sociología (los equipos y su gestión, la interacción humana, el conflicto y su resolución), con el mundo político y social (el desempleo, la pobreza, la justa remuneración del trabajo, etc.), con el mundo antropológico y filosófico (qué es el homo laboralis, qué percepción de la persona hay detrás, la filosofía del trabajo…) y con el mundo de la educación (formación, capacidades, adiestramiento). Percibo por tanto, desde fuera, los Recursos humanos como un campo interdisciplinar fascinante donde se está produciendo una reflexión sobre el ser humano más profunda de lo que podría parecer la mera selección de personal o la tramitación de un alta laboral o el cálculo de un nómina.

Pues bien, quiero, sin embargo, exponer una queja: el que a la persona se la denomine “Recurso humano”. Oiga usted, que yo no soy un recurso humano. Que soy un ser humano que trabaja, un trabajador y no sólo eso, alguien que quiere hacer de su trabajo un medio de vida digno con el que satisfacer sus necesidades, con el que crear y mantener a una familia, con el que realizarse como persona, e incluso, en el caso de un creyente como yo, colaborar en la obra de la Creación. Pero la expresión me suena odiosa: “Recurso humano”. Da la sensación de que se me quiere reducir a algo al mismo nivel que un «recurso no humano»: una máquina, una herramienta más. Se cuela en una disciplina seria el reduccionismo antropológico propio de la razón moderna, como ocurre en otros campos. Eso opino.

Se habla, por ejemplo, siendo más concretos, de selección de personal, de cómo seleccionar. Evidentemente, hay que ver qué persona es más idónea para cada puesto de trabajo. Me ponen una azada y un bancal para que trace un surco recto y veremos si no se le parece a una carretera del Himalaya. Pero cuando leo «selección de personal» se me viene a la cabeza un rebaño de ovejas, en el que un pastor omnipotente buscase a la más perfecta desechando a las demás. Y yo, de oveja tengo poco, de ovejo, algo.

Por otro lado se ve como normal, y parece que está de moda, el investigar la huella que dejamos en Internet y en las Redes Sociales y, como leí hace no mucho, se llega a pedir incluso la clave de Facebook para que el selector de personal investigue si el candidato ha colgado alguna foto bebido tras salir de una fiesta. Si no se entregan las claves, no se es admitido al proceso de selección. Es condición sine qua non.

Dejando de lado innumerables ejemplos que se podrían enunciar, la verdad trabajo es algo hermoso. Fatigante, pero necesario. Qué placer nos produce algo que hemos hecho con nuestras manos, algo bello, bien hecho, que sirve, que es útil, que se valora por los demás, que se nos felicita por ello. El acceso a él es un derecho; las condiciones de trabajo y la remuneración del mismo, otro. A la selección de personal habría que pedirle que fuera de seres humanos, de personas, no de recursos humanos.

En el fondo es lo mismo de siempre: reducir a la persona a un eslabón de la cadena productiva, a algo usable, como se puede usar un martillo, a algo a lo que se le puede extraer rendimiento hasta exprimir y, si se rompe, o se vuelve molesto porque pide cosas o cuestiona usos, a una pieza sustituible por otra. Por eso se elige como se puede hacer con una broca de tal calibre para tal uso concreto, nada más.

¿Se considera al candidato al puesto de trabajo como alguien que piensa, que siente, que sufre y se alegra, que tiene un cuerpo que muchas veces es frágil, que tiene una historia detrás y un futuro delante, que vive un presente, que tiene consigo a otras personas que la quieren o que están a su cargo, que pretende, en definitiva, ganarse la vida honrada y justamente con el sudor de su frente?

Quiero que quien me elija me vea como un todo, en mi dignidad y una vez elegido me trate como debe ser, y si no cuenta conmigo, también. No soy un recurso humano, soy una persona. Dejé hace tiempo de ser la máscara de un actor. Las palabras, en definitiva, dicen mucho, no son flatus vocis, términos vacíos, mera conjunción armónica de fonemas. El significante que se use denota una intencionalidad, por eso no tiene un significado neutro un término u otro. No vale uno u otro. Las palabras expresan siempre la intencionalidad de quien las usa.

Twitter

Posted on: 3 julio 2012

Querida amiga: sabes que twitter es mi red social. Una red en la que haya que sentarse para estar en ella no puede ser “mi red social”. La ubicuidad que los dispositivos móviles como los smartphones o las tabletas están proporcionando a los usuarios otorga a twitter, a mi modo de entender, el estatuto de “red de redes”.

Amiga, quiero darte una serie de recomendaciones de cómo estar en twitter, pequeñas intuiciones que parten de mi experiencia. Nada de sesudas estadísticas o teorías al uso.

Tanto te he hablado de él que ya has abierto una cuenta. Manuales, recomendaciones desde el mundo del “socialmedia” o desde otros ámbitos profesionales como el marketing, el periodismo, la política encontrarás muchos y muy útiles. Seguro que de algo te servirán. Pero, sin embargo, prefiero ponerme en tu lugar, el lugar de una persona cualquiera que va a iniciarse en el manejo de twitter, mi amiga. El andar hace el camino, que diría el poeta. El mejor maestro en twitter es la experiencia.

  • En primer lugar te pediría un poco de paciencia. Twitter requiere un aprendizaje, un tiempo. Mi descubrimiento de twitter fue en Eventoblog del 2008, en Sevilla. Twitter en España aún era algo sólo conocido en el mundo geek. Hice mi maleta y me fui para allá. Allí, en una pantalla gigante, los participantes escribían una serie de mensajitos que bajaban a gran velocidad. A un señor de cierta edad le pregunté qué era aquello. Me contestó: twitter. Dio también la casualidad de que una de las ponencias, que seguí con mucha atención la pronunció Biz Stone, uno de los fundadores de twitter. Enseguida abrí mi cuenta y me puse a seguir a los ponentes y a poca gente más. Después, a algún famosillo que otro y a alguna cuenta corporativa, medios de comunicación… Pero no entendía nada. Hablaba y nadie me contestaba, preguntaba y no obtenía respuestas. No había interacción, de tal modo que dejé la cuenta en suspenso hasta hace dos años en que empecé a convertirme en un usuario activo.
  • Hazte constantemente las preguntas de por qué y para qué estás en twitter. Márcate un objetivo. Uno no pierde (o gana) su tiempo en twitter si no es por algo. Ya sea un objetivo relacional (amistades, nuevas personas…) o un objetivo informativo, de aportación de contenidos, de creación de marca personal, de consecución de estatus de experto en alguna materia u otro cualquiera. Si alguna vez te aburre, pierde sentido o no estás cómoda, tómate unas vacaciones o incluso piensa en desaparecer de twitter.
  • Piénsate, querida amiga, qué tipo de perfil quieres: uno profesional, uno personal o uno semiprofesional, mezcla de ambos. Mi twitter tiende más hacia lo personal que hacia lo profesional. Nunca ha tenido un perfil disciplinadamente serio, todo lo contrario. Sin embargo, tras meses de sólo un “buenos días”, cuatro risas y alguna barbaridad, he descubierto que como me siento más cómodo es en un punto intermedio. Por un lado me encanta enlazar contenidos, difundir mi blog, mis #reflexiones que son seguidas por un grupo de gente amplio. Pero no renuncio a mandar un beso o a expresar mis sentimientos e ideas en abierto, divertirme, subir una foto o compartir un vídeo de un grupo musical o cantante que me gustan. Busca, amiga, el lugar donde estés más cómoda. Una chica, una vez, me recriminó que twitter no era lugar de sentimientos sino de banalidades. Su afirmación, tras ella saber mucho de mí y yo casi nada de ella, supuso que la bloqueara casi inmediatamente. No vi reciprocidad. Otra me dijo que mis publicaciones eran muy serias y que no mostraba abiertamente mi personalidad. Te prometo que a veces no sé qué pensar de mi modo de actuar en twitter si doy lugar a opiniones tan extremas. Al final he llegado a la conclusión de que tan aburridos son los perfiles serios como los que sólo son un montón de risas sin sentido o una colección de fotografías de lo que se comen o beben (en un sentido estrictamente gastronómico).
  • Cuida tu privacidad (o no, si no quieres). Eres libre y responsable de tus actos en twitter. Has de saber que lo que publicas ahí queda, que muestra parte de lo que eres y que crea una imagen más o menos adecuada de lo que eres. Si quieres mantener un personaje, allá tú. Hay muchos a los que así les va bien. De cara al público muestran un estilo y una forma de hacer inconfundibles, pero no sabes quién hay detrás. Sólo puedes intuir algo. Otros se muestran transparentes como ellos solos y también les va bien.
  • Créate un código de comportamiento y unas normas y síguelas al pie de la letra. Evidentemente, está lo legal, que marca unos límites claros. Pero cierta disciplina personal no está mal. Una norma que yo sigo, por poner un ejemplo, es no hablar dando muchos detalles de mi trabajo y por supuesto, no hablar mal de él. En primer lugar porque no tengo motivos para ello, pero si los tuviera no lo haría. No soy tampoco persona que de buenas a primera asalte a DM a todo el mundo. Soy respetuoso. Pero ya te digo, es sólo una recomendación.
  • Por otro lado, sigue al grupo de personas que creas que te puedas manejar sin que twitter se te vaya de las manos. Da igual que sigas a cinco personas que a cinco mil. Lo bueno es que te quedes con quien quieras. Yo tengo unos dos mil seguidores. De ellos mantengo un trato cotidiano con unos doscientos o trescientos. Por supuesto dentro de ese grupo hay gente que conocía ya anteriormente y personas que he podido conocer personalmente y otros que creo que sólo se quedarán en un estricto espacio 2.0, lo que no disminuye en nada la intensidad de esa relación.
  • Profundiza poco a poco en algunos perfiles, querida amiga, en los que más te atraigan. Tras un perfil en twitter hay un ser humano. Interactúa, habla, saluda, preocúpate por ellos, anímales, ríete, sé confidente y confía. Eso sí, selecciona. Ten un poco de cuidado. El concepto de amigo en twitter se le aplica a cualquiera muy alegremente. Muchas veces no sabes si tienes un amigo o un cotilla a tu lado, si sus intenciones son buenas o pretende obtener algo de ti. El instinto y la experiencia te harán valorar a quién tienes delante.
  • Pero que sepas que encontrarás gente maravillosa y que tu mundo social se ampliará enormemente. No desaproveches la oportunidad que se te brinda de ampliar tu mundo. Tu vida se beneficiará sin dudarlo. Se te abrirán oportunidades de darte y de recibir. Una persona me dice que está asombrada de que me preocupe más por ella que personas con las que convive a diario; otra me dijo que yo le hago menos egoísta. La influencia que ejercemos sobre los demás en la vida normal se puede ver ampliada porque twitter favorece la confianza y la comunicación profunda. No sé por qué pero es así.
  • Anímate a “desvirtualizar”. Es una experiencia muy enriquecedora pero no la mitifiques. Ha habido personas que he conocido cara a cara que me han cambiado la vida y que se han convertido en parte importantísima de mí. Me influyen tanto que son amistades de primer orden. Pero también he conocido a personas que me han dejado totalmente indiferente y mi twitter con ellos no ha cambiado para nada. E incluso, una persona me ha defraudado muchísimo porque vi cosas que no cuadraban en ella: una imagen maravillosa en twitter y un comportamiento muy deficiente en la vida real.
  • Prepárate para cualquier cosa. Twitter es un reflejo de la vida misma y te puede pasar de todo. Meterás la pata, mucho. Una vez, tuve una publicación desgraciada. Casi supuso crear un problema irreparable. Te puedes encontrar también quien te pierda el respeto, que no acepte tus ideas, que te insulte, que sufras una agresión o que te pierda el respeto. Eres mujer y joven. Muchos hombres, en twitter buscan lo que buscan. Si te encuentras incómoda, no lo dudes: a dejar de seguir y a bloquear. Ojalá pudiésemos hacer lo mismo con el vecino chinche del piso de arriba.
  • Encontrarás quien te ayudará a crecer como persona. Te aportará ideas, conocimiento. También verás valores o testimonios impresionantes. Sigo a una persona que tiene un blog donde expone los avances de sus hijos con minusvalías. Algo precioso. También puede haber espacio para el amor. Que de todo se ha visto y en las Redes Sociales puede surgir una pareja.
  • Potencia tus inquietudes profesionales. Sigue perfiles del ámbito donde te mueves. Seguro que muchos de los grandes profesionales de tu ramo, tienen un blog, publican y se mueven en twitter. Síguelos y encontrarás fuentes de información y quién sabe si apoyo en tu trabajo. Quizá te valoren por tu presencia en twitter y quieran contar contigo en lo profesional. Yo he publicado en una web profesional gracias a twitter y pienso seguir haciéndolo.
  • Twitter no lo es todo. Intégralo en tu persona como una dimensión más, pero la vida es mucho más rica. Twitter amplía tu vida pero no es sólo tu vida. Airéate de vez en cuando, tómate un descanso, incluso abandona twitter una temporada. No pasa nada. Y no te preocupes si un día no publicas o si al día siguiente no has hecho otra cosa más que estar en twitter. Lo importante es que las redes sociales sean algo que te abra campo pero que no te limite en tu vida social y personal.
  • En definitiva, que twitter es maravilloso y que hay que tirarse a la piscina. Crecerás. Besos.

#Bebeabu, abuelita, bolita, hace dos meses ya que nos dejaste, pero quiero darte las gracias. Es lo último que puedo hacer por ti. Vuelvo al blog tras tres meses sin escribir porque te debía esto y me ha costado lo mío escribirlo. Si escribía algo antes sentía como que te estaba faltando.

  • Gracias, Dios mío, por haber hecho nacer a mi #bebeabu del abuelo Domingo y la abuela María y haberla hecho vivir noventa y un años.
  • Gracias por haber encontrado al abuelo y haber vivido con él setenta y cinco años compartiendo alegrías y penas. Mi hermana y yo decimos a menudo que vuestro matrimonio es el amor que quisiéramos para nosotros.
  • Gracias por haber traído al mundo a cuatro hijos, entre los cuales está mi madre.
  • Gracias por haber cuidado de ellos mientras el abuelo estaba movilizado, durante la Guerra Civil que, aunque lo tenían en plana mayor, haciéndoles café a los oficiales de su regimiento, sin pegar un tiro, fueron casi tres años sin él.
  • Gracias por haber soportado el peso de la familia cuando el abuelo se quedó ciego en el año 46, con tres niños pequeños. En el pueblo decían que os ibais a morir de hambre pero, gracias a tu fuerza y a no tener miedo al trabajo, pudisteis progresar.
  • Gracias por tener el valor de dejar el pueblo e ir a la ciudad en busca de una vida donde no se trabajase de sol a sol, buscando un porvenir mejor para tus hijos.
  • Gracias por contribuir a crear una gran comunidad de vecinos en tu bloque de pisos de Albacete, donde se vivía como en una gran familia.
  • Gracias por alegrarte con mi nacimiento y por no importarte cuidarme en mi más tierna infancia, cuando mis padres se fueron a trabajar a Suiza y me dejaron a tu cargo.
  • Gracias por estar ocho meses en la Fe de Valencia al lado de un hijo de catorce años, sin separarte de su cama, viendo cómo se te moría de cáncer.
  • Gracias por proteger a mi madre y a nosotros, cuando el clima familiar en nuestra casa se deterioró a causa de los problemas de mi padre y por estar con nosotros en el violento proceso de separación de mis padres, como se apoya en una familia al eslabón más débil.
  • Gracias por la infinidad de tardes junto a ti y el abuelo, en la mesa camilla, haciendo deberes mientras cosías, sesteabas, hablabas o veías la televisión.
  • Gracias por tu sonrisa cuando te cruzabas conmigo por la calle o cuando me llamabas a voces desde el balcón para que subiera a casa a por la merienda.
  • Gracias por recorrer media ciudad con tu carro de la compra buscando un bote de tomate barato para revenderlo en la tienda de mi madre más económico de cómo nos lo daba el proveedor y así, arañar algunos duros para la casa.
  • Gracias por permitirte ver cómo, por las mañanas, te peinabas tu trenza y te hacías tu moño, con infinidad de horquillas, y cómo lo lucías orgullosa.
  • Gracias por verte cocinar, horas y horas, delante de los pucheros y hacernos así gozar a todos de memorables guisos.
  • Gracias por tus veranos en la playa, que compartíamos con vosotros, por verte barrer las hojas del patio,  por ir a bañarte con el abuelo…
  • Gracias por las veces que te venías conmigo y con el abuelo a Socovos integrándote como una más en el pueblo y por mostrarte orgullosa de tu nieto.
  • Gracias por tu hermoso rostro y por tu piel tersa que hemos heredado casi toda la familia y que hace que quien nos conoce crea que tenemos menos años que los que en realidad dice nuestro carnet de identidad. Si hasta cuando te morías estabas guapa.
  • Gracias por tu fe, esa fe sencilla y profunda, que te hacía buena persona y que te hacía vivir las realidades de Dios con naturalidad y como una presencia viva y real.
  • Gracias por tu forma de hablar, por tus dichos y chascarrillos («romero verde, romero mojado, si tú me quieres ya nos hemos apañado») que me llevaban a otros tiempos y otra cultura, pero que conservaban un gran español rural, el de los pueblos de alrededor de Albacete.
  • Gracias por vivir tu deterioro y tu enfermedad, por convivir con el alzheimer, esa dura enfermedad que te iba haciendo desaparecer poco a poco.
  • Sí, te doy las gracias, porque para mí y para mi familia ha supuesto una prueba de amor. Estar a tu lado un montón de días, sólo vigilándote, a tu lado, me ha hecho ser mejor persona de lo que era, menos egoísta, más tierno y sensible. Y sé que muchos, a quienes no conoces, han aprendido a ser también menos egoístas viendo cómo estábamos a tu lado asumiendo algunos sacrificios por ti.
  • Gracias a tu enfermedad me he acercado más a mi madre y a mi hermana, las he redescubierto y he aprendido mucho de ellas. Lo que han sufrido por ti ha sido algo muy hermoso de contemplar.
  • Gracias tus muchas hospitalizaciones, de las que salía triste, abatido, pero con la alegría de que al menos estabas viva, con nosotros.
  • Gracias por tus últimos días.
  • Gracias por esos diez milagrosos minutos de lucidez en los que, tras meses sin hacerlo, nos reconociste a todos, nos distes besos, le dijiste a mi hermana que estaba muy guapa y me reconociste como tu nieto, el número uno, que siempre me lo decías, el que más querías.
  • Gracias por permitirme pasar una noche en vela pegado a tu cama de hospital, cuando ya no había esperanza, llorando y cogiendo tu mano sin fuerza. Fue una noche especial, la última contigo. Intuía que iba a ser la última.
  • Gracias por morir en Viernes Santo, cuando Cristo. Para un cristiano, entender y vivir el Misterio Pascual es lo más grande. Después de años celebrándolo has tenido que morir en fecha tan señalada para hacerme entender que no morimos, sino que vivimos más y mejor. Sólo he perdido tu presencia física, pero tu presencia nunca.
  • Y gracias por cuidarme desde el Cielo, y por estar gozando del descanso eterno y de la dicha perfecta, por estar junto a los que has querido y que te precedieron, preparándote el camino.

“Como la lluvia y la nieve bajan del cielo,

y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,

la fecundan y la hacen germinar,

y producen la semilla para sembrar y el pan para comer,

así también la palabra que sale de mis labios

no vuelve a mí sin producir efecto.»

Is, 55, 10-11a

Es el segundo Wittgenstein, el de Investigaciones filosóficas, quien imprime un giro pragmatista a su filosofía. Ya no se trata de buscar la logicidad del lenguaje, sus meras estructuras lógicas ni, por tanto, de reducir el lenguaje a la lógica. Ahora hay que estudiar cómo se comportan los usuarios en su utilización del lenguaje, cómo se habla, para qué se habla, qué intención tenemos al hablar. En definitiva, la filosofía del lenguaje sería la ciencia que busca delimitar el uso que hacemos los hablantes de la lengua, para qué nos sirve, cómo aprendemos a hablar y qué queremos hacer con la lengua (un pragmatismo lingüístico, en definitiva). Ya no hay que buscar sólo y exclusivamente el sentido de una proposición en la medida en que represente un estado de cosas lógicamente posible tal y como postulaba el Wittgenstein del Tractatus (si p entonces q…).

En la vida cotidiana nos manejamos así. Usamos la palabra con una intencionalidad, sea ésta la que sea. A veces el uso está cargado de alogicidad, pero no por eso deja de ser legítimo ni factible o deseable.

Así pues, como hablantes, cuando queremos herir, la palabra odio es la más adecuada. Hasta en su misma fonética es terrible. El te odio se asemeja a un venablo lanzado contra un venado con la intención de matar. ¡Y vaya si lo logra!

Si quisiéramos buscar otra palabra con significado hondo, amor es la primera que me viene a la cabeza. Por amor se han hecho las mayores proezas. Somos capaces, por él, de sacrificarnos de un modo indecible, de abandonar ese fondo de seguridad y comodidad que nos creamos para vivir en lo que pensamos que es paz y hasta de dar la propia vida. Recuerdo a san Maximiliano Kolbe, ese sacerdote polaco que se cambió para morir de hambre por un desconocido en el campo de concentración de Auschwitz alegando que él era viejo y estaba solo, debido a que su beneficiario lloraba por sus hijos ante la inminencia de su propia muerte. O la de infinidad de personas que por una mujer o un hombre lo han arriesgado todo por unirse de por vida a su amado, sin importarles nada. Quieren edificar, desde la cotidianeidad de una vida compartida, el gran edificio que es el amor de una pareja. O la madre y el padre que dejan de comer con tal de dar alimento y calor a sus polluelos.

Vivir en y desde el amor es el gran anhelo de mi vida. Por él he procurado moverme con mis errores, vicios y pecados, lo reconozco, que son muchos. He de confesar que es una de esas palabras que en mi corazón no están desgastadas ni suenan a hueco. El amor existe. No hay más que tener algo de sensibilidad para verlo a nuestro alrededor actuando.

La palabra amor, según su uso como entrega desinteresada a los demás, parece que es un continuo abandonarse en el otro pero no lo es. Somos humanos y vivir sólo dando es muy árido. Necesitamos, en términos económicos, un retorno de la inversión. Al final, sin saber cómo, el amor entregado encuentra su correspondencia y, de un modo u otro, vuelve a nosotros y nos premia. El premio suele ser: una vida feliz, una conciencia tranquila, la constatación de que para alguien You are the first, my last, my everithing, (tú eres mi principio, mi fin, mi todo) como cantaba Barry White u otras infinitas manifestaciones. El egoísmo sólo lleva al odio, a la soledad, a la intranquilidad constante, aunque sea posible creer que estamos bien instalados en él.

El otro día, una persona me dijo que desde que me trata había aprendido de mí a ser menos egoísta. Me sorprendió, pues mi ejemplaridad, por muchas razones, no es mucha que digamos. Pero el premio al sello que he puesto en ella  me llegó como un regalo cuando me prometió cuidarme siempre. Ese ha sido el mayor retorno recibido hasta ahora de las palabras y gestos (que también son lenguaje) que he invertido en ella.

En definitiva la palabra amor es como la lluvia y la nieve, que bajan a la tierra, la empapan, la fecundan y vuelven al cielo que las vio bajar. De ahí el poder de las palabras.

El pasado sábado día 18 de febrero y el domingo 19 quedamos en Sevilla una pequeña pandilla que se ha formado en twitter, los guapos reversibles (#reversibles o #guaposreversibles). Ese término lo acuñó @anafdezbosch. Con él se quiere dar a entender que sus miembros somo guapos, perfectos y maravillosos tanto por dentro como por fuera. Se nos da la vuelta (cualidad de reversibilidad) y somos igual de bellos.

Para mí el viaje comenzó muy temprano. A las tres de la madrugada salí de Albacete y emprendí mi periplo en coche. Ya la noche de antes @carmenjcc y @olgamagica quedaron a cenar con @espemorgado en su casa, en una amable velada.

Llegué a Sevilla sobre las nueve y recogí en el aeropuerto a @anafdezbosch. Un ángel negro que arrastraba una pequeña maleta, con un abrigo corto de piel, oculta la mirada tras unas gafas de sol y masticando chicle. Daba pasos rápidos hacia mí. Tras el saludo de rigor buscamos aparcamiento en Sevilla. En ese momento ocurrióseme decirle que hasta las dos nada de nada. Cada mochuelo a su olivo. La pobre pensaría que qué me pasaba para querer quedar tan tarde. Perplejidad.

Nada. Todo fue una confusión. Al poco, estábamos cerca de la calle Sierpes, y un poco más tarde todos juntos. Fue un feliz momento de encuentro. Personas de las que conocíamos mucho y con las que compartíamos infinidad de tuits y confidencias al fin nos podíamos mirar a los ojos y reconocer nuestros rasgos entrevistos si acaso en foto.

Cañas, tapas y a comer. Juntos ya  @espemorgado @carmenjcc @olgamagica @juangaso @anafdezbosch y un servidor. Se nos unió una persona inesperada que ya conocía @juangaso, @patridekimi. Se celebraba un evento político importante y ellos se encontraban en Sevilla por esa razón, trabajando. Sin problemas se integró con nosotros como una más. Vimos también a Carlos Latre, pero no se enrolló. Eso sí, lo pasamos bien riéndonos con él.  Se incorporó al rato @martasegura traída a nosotros por su amistad con @anafdezbosch.

La tarde acabó en una terraza tomando una copita con unas maravillosas vistas a la Giralda.

A la noche quedamos en un restaurante a cenar. El ambiente fue estupendo y la comida excelente. A los postres, en espíritu y corazón,  mi hermanica @vivotrini, que también es tan guapa reversible como su hermano, se materializó entre nosotros. Había preparado con mimo una cajita llena de dulces chocolates que consumimos con alegría. Al abrirla había sorpresa. Una serie de notitas de papel con “aquellos tuits que jamás deberíamos haber escrito” cada uno. La risa estuvo asegurada sólo con su lectura. Tuvimos el detalle de llamarla para agradecérselo. No estuviste físicamente con nosotros pero te has ganado un lugar en el corazón de todos y cada uno de los demás guapos reversibles.

Algunos acabamos en una discoteca hasta altas horas.

El domingo amaneció tranquilo para mí. Era temprano había dormido poco, es cierto y la resaca de la trasnochada se notaba, unida a un sábado intensísimo y un madrugón soberbio, pero no me iba a perder una mañana como aquella en Sevilla. Ya descansaría cuando pudiera.

Esa mañana fue dedicada sólo a una persona: @anafdezbosch. Quedamos cerca de la Catedral a tomar un café. Estuvimos un buen rato en una más que sincera y bella conversación. Una gitana nos echó la buenaventura y nos desplumó tras darnos a cambio una ramita de romero. ¡Qué gran vendedora! Nadie me había llamado “equesito” hasta entonces, vaya por Dios. Por ello me cautivó la gitana y por ello me sacó cinco euros que, si no me pilla algo despierto, se habrían convertido en algo más.

Al poco emprendimos un paseo cuyo fin fue mi coche. Fuimos al aeropuerto, comimos juntos y nos despedimos con un sentido abrazo.

Es mucho lo que aprendí de ese fin de semana de todos y cada uno de los guapos reversibles. Primeramente afiancé lo que ya sabía: que @anafdezbosch es una gran mujer que aporta muchísimo a mi vida. Fue un placer todo el fin de semana, especialmente esa mañana de domingo que compartimos solos. Te estoy muy agradecido por ser y estar y por ser un apoyo que te acercaste a mí cuando lo necesitaba y que me salvaste. He aprendido a ser más positivo, a vivir la vida a borbotones, a gozar de lo bueno de la vida y a sacar de mí lo que me mataba. Seguro que tú también aprendes de mí. Gracias. Ay, que lloro.

También estuve con la gran mujer que es @espemorgado que está más favorecida al natural que en esas fotos que pone de avatar en twitter. No sé por qué. Dulce y entera, fuerte y sensible. Y luchadora, buscando su felicidad y dando pasos, difíciles, pero necesarios para ella. Tu fuerza, tu valor y ese corazón que antepones muchas veces a la razón me hace sentir que a todo no hay que ponerle una razón y que hay que asumir los riesgos del corazón. No todo es cerebro.

Conocí a @juangaso, hombre de frente despejada, amable, sensible y con un humor que ya quisiera yo para mí. Qué gran amigo. Te quiero, amigo. Quisiera tener esa bonhomía, ese saber estar, esa bondad que nunca aburre, que habla por los codos. Nuestros encuentros futuros harán posible que pueda volver a disfrutar de ti.

Y qué pareja @olgamagica y @carmencjj. Tendríais que ver qué alegría, qué bondad y qué cariño desprende su humanidad. Son un verdadero encanto. La juventud que nunca se acaba, la amistad de tiempo, la confidencia que no se cierra en sí misma sino que se abre a mí y a los demás. Gracias por ser como sois y por esa gorra y esos leotardos de color rosa que lucís sin pudor alguno.

@patridekimi esa rubia del norte con ese acento tan de allí, que parecía que se la tragaba el móvil de absorta que se la veía a cada momento en el pero que era capaz al mismo tiempo de seguirte y hablarte y reírse contigo. Gracias por el azar que te trajo a mí. Eres grande.

@martasegura a quien seguía desde hacía tiempo y a quien puse cara en ese momento. Mirando la Giralda te tenía a mi lado. Hablamos de golf, de tu trabajo, de Sevilla, de Triana. Me costó entenderte en un primer momento, hasta que se me hizo el oído, pues ¡vaya acento el tuyo! Mu zevillano. Me encantaste. Encantado y feliz de haberte conocido.

Y María Ángeles, gran amiga de @espemorgado que se unió a nuestra panda y que también compartió con nosotros agradables momentos.

Y por último, mi hermanica @vivotrini que estuvo entre nosotros y con nosotros y que, gracias a twitter, está descubriendo un hermanico del que apenas tenía noticia debido a su cabezonería y a sus modales rústicos. Pero parece que va cambiando a mejor nuestra relación de hermanos. Unidos cuando las cosas nos van mal, pero distantes a veces. Tenemos que corregirlo. Y creo que lo vamos consiguiendo.

Evidentemente, esta imagen es ideal. Todos tenemos nuestros problemas, nuestros defectos, nuestras manías que conocemos o que vamos descubriendo, pero lo cierto es que eso no lo vimos ni lo quisimos ver. Fue una fiesta de la amistad. Un encontrarse. Gente que se quiere y que quiere compartir su cariño de un modo sano, que quiere gozar del otro y seguir queriéndose.

Twitter está cambiando las relaciones sociales. Su inmediatez, interactividad y ubicuidad favorecen el que acontecimientos como estos sean posibles. Personas tan diferentes, de lugares lejanos entre sí a veces, se empiezan a hablar en una red social, estrechan sus lazos, desean verse y buscan los medios para hacerlo y quedan satisfechas de lo que ven. Las personas limpias y buenas se conocen ya, sólo le ponen piel y carne a lo que ya habían percibido en infinidad de momentos. Bendita tecnología que hace que podamos y queramos saludarnos todas las mañanas, llamarnos, guasapearnos…

Al final, una ciática y una ampolla merecieron la pena. Ad usum privatum.

Mi Lukas era una unidad de destino en lo universal. Único e inmarcesible, pues confluían en él todas las virtudes y defectos de lo perruno y estaba destinado a la eternidad que le otorga el ser prototípico.

Dicen que los perros son casi humanos, que son el mejor amigo del hombre y demás tópicos. Pues, bien, mi Lukas no era nada de eso, era un perro con todo lo que de canino tiene el término.

Mi hermana es muy caritativa. Tuvo noticias de que en un criadero había nacido una camada sin pedigrí ni raza conocida, compuesta por una mezcla de mastín español y pastor belga. Esos perros no tienen venta y su destino es el sacrificio. Sin dilación, se llevó uno pero, con la excusa de que su piso de la Calle del Escritor era muy pequeño me lo endilgó a mí, cual graciosa dádiva o presente.

Yo ni había tenido perro en mi vida ni lo quería pero, por no hacer un feo a mi Trini, cargué con el perro con cierta preocupación y desasosiego por la responsabilidad que se me venía encima.

Lo conocí en el aparcamiento del Carrefour. Estaba en una caja de cartón con agujeros a modo de respiraderos que, con sus movimientos, se me antojaba que se movía ella sola. Se le oía llorar, inquieto, y rascar las paredes de su cárcel e intentar salir. Lo llevamos a mi coche y lo llevé a Socovos.

Era una preciosa bola de pelo negro con manchas blancas en las patas, cola, vientre y nariz, con cabeza muy grande, propia de un mastín y cuerpo que denunciaba las características morfológicas de su madre. Poco a poco empezó a crecer y mi preocupación aumentó porque el cuerpo se alargó y las patas no. Creía que tendría una deformidad o que se iba a quedar como un engendro de perro salchicha. Sólo al cabo de unos meses su cuerpo se elevó, con gran alivio mío, como quien le pone un gato a un coche y adquirió unas proporciones formidables: un metro de largo, una altura de medio metro y unos setenta kilos de peso.

Aunque daba algo de miedo ver su estampa, enseguida se hizo muy sociable. Se lo dejaba a los niños del pueblo que estaban encantados con el perro que tenía el cura (no con el perro del cura). Le encontré utilidad: servía para hacer parroquia, la verdad. Mi Lukas de apostolado. Sin embargo, su labor evangelizadora terminó en cuanto tuve noticias del primer feligrés que cayó al suelo en una de sus potentes arrancadas. Ahí se acabó.

Su vida transcurrió en un patio que fue huerto en su momento. El huerto propiamente dicho ocupaba un altillo bastante extenso ocupado en gran mediad por un laurel y por una gran higuera que le dejaba espacio suficiente para que estuviera a sus anchas con el debido recogimiento. Al principio se escapaba por la rendija de una puerta y desparecía durante días. Las primeras veces me preocupaba; después no tanto, pues aparecía siempre, cansado y agotado, cuando menos me lo esperaba. Mientras tanto me llegaban noticias de que lo habían visto por tal o cual bancal, de que se había hecho el líder de una manada de seis o siete perros, de que había sido visto en Férez… Siempre volvía, sucio, arañado por gatos, sus peores enemigos, y cargado de garrapatas y pulgas. En un momento dado sospeché de la índole sexual de sus escapadas. En poco tiempo, el pueblo empezó a llenarse de perros de lo más variopinto, en tamaños y hechuras, pero con un sospechoso pelaje negro con mechones blancos que me estaban emparentando con media feligresía, con una paternidad más allá de la espiritual y propia de un sacerdote católico.

El Lukas comía todo lo que un perro puede comer más algunas otras cosas más, como patatas, manzanas, pescado, roedores que mataba o incluso moscas, a las que acechaba inmisericorde. Cuando las tenía entre sus fauces las masticaba y tiraba la cáscara una vez extraído el jugo del insecto.

Le dio por cantar, digo, por ladrar, y sus conciertos eran de lo más sonoro. Algún vecino tenía paciencia; otros me respetaban por aquello del cargo aunque por lo bajinis reprochaban mi conducta. Pero al final di en hueso: José, uno de esos socoveños que iban de uvas a peras al pueblo, me montó un pollo en plena calle que no veas: “vengo a descansar al pueblo y me encuentro con un chucho de mierda que no me deja dormir”. A tal grado creció la tensión que hasta incluso el policía municipal habló conmigo en mi despacho para evitar males mayores. Total, que, se ganó por ello el privilegio de dormir en casa, en vez de bajo un porche que lo protegía bastante bien del frío. Cuando estaba fuera, mi vecino Antonio de la Amparico, que tenía llave de la casa parroquial, se encargaba de dar de comer y de beber y de guardar por la noche y sacar por la mañana al Lukas. Con ello se evitaba el que ladrara a las cuatro de la madrugada.

Mis abuelos y mi madre iban a temporadas al pueblo. No le tenían mucho cariño al perro, la verdad, especialmente mi madre. Ella ha sido muy del qué dirán y, quizá por querer presumir de la condición sacerdotal de su hijo, no veía muy bien aquello de un cura con perro. Mis abuelos, sin embargo, sí que le tenían cierto aprecio. Mi abuela le guisaba unos caldos más que nutritivos con sobras de todo tipo y con mucho pan duro que al Lukas le encantaban y lo sacaban del rutinario pienso. ¡Qué alegría cuando la veía aparecer con el humeante potaje! Me salió gourmet sibarita, el can.

Mi abuelo estaba ciego y a mi abuela ya empezaban a notársele los años. Tenía por ello miedo de que, en un arrebato de cariño o queriendo jugar, se acercara a ellos, se les encaramara y los tirase al suelo provocándoles algún mal. Así pues lo educamos a que los respetara. Si los notaba cerca, se acurrucaba en un rincón y, observante, pero quieto, no estiraba un músculo hasta que desaparecían de su vista.

De las monerías propias que hacen de un perro algo gracioso sólo aprendió dos: a levantar la pata izquierda y a sentarse. En todo lo demás era de lo más anárquico. Se te subía, te mordía el brazo y, hasta en épocas de celo hacía el amor con tu pierna si te descuidabas. Odiaba el agua. El baño para él era un tormento. Cuando me veía enchufar la manguera, hacía por desaparecer. Se acurrucaba en un rincón y bajaba la cabeza, temeroso. Tenía  entonces que atarlo corto para que no escapara. Una vez mojado se le veía cara de terror. Eso sí, como lo encantaba que lo rascaran, cuando lo enjabonaba, se le notaba que disfrutaba. El secado era espectacular: una fuente parecía cuando se sacudía el agua atrapada en su tupido pelo, como lluvia de perlas. A menudo, sin embargo, mis esfuerzos eran inútiles. Al minuto se había rebozado en la tierra del huerto con mi correspondiente cabreo.

Lo entraba muchas veces al salón de casa, conmigo. Allí nuestras siestas en amor y compaña eran un placer. Yo en mi sillón; él al lado mío. Para controlarme se tendía a mi lado y ponía una de sus patas sobre uno de mis pies. Si me movía se levantaba y se ponía en guardia agitando la cola veloz y alegremente con la esperanza de un paseo. Las siestas las presidía la televisión que servía de ruido de fondo. Lo más soporífero eran los reportajes de la segunda cadena de Radio Televisión Española. Si algún perro, gato, león, tigre o hiena emitía algún sonido buscaba en el aparato electrónico al animal. Reconocía el ladrido, pero no su fuente de procedencia. Le gruñía a la tele y, si el ruido persistía, acababa ladrándole airado. Cuando estaba despierto era insoportable. Se te subía al brazo del sillón con intención de besarte o de cogerte el antebrazo y tirar de él, nunca de morderte. Los muebles de los que pendían mechones de pelo lucían sus arañazos. Había un sillón viejo que era su predilecto, sito en un rincón. Se subía en él, se acurrucaba y allí se dormía profundamente. Era muy divertido ver sus espasmódicos movimientos cuando soñaba y sus placenteros gemidos.

Disfrutaba mucho de verlo correr. Iba por el campo a su aire, olisqueando todo, levantando la pata y orinando en cualquier aliaga o tomillo. Me hacía entonces el despistado y me alejaba de él lo que podía. Cuando me echaba de menos empezaba a mirar inquieto, con la cabeza alta y, una vez localizado, corría como un loco hacia mí. Me encantaba verlo en su plenitud de gran animal.

Tenía un gran amigo, Marcelino, un pequinés propiedad de Paco el de las Carnes, así llamado porque, hasta que se jubiló, vivió de una carnicería. Marcelino era mucho más pequeño que el Lukas. Les encantaba jugar y se pasaban las horas juntos. Sus juegos eran hacer como que se mordían. Eran vanos los intentos de Marcelino por saltar a morderle las orejas al Lukas. No llegaba. Eso sí, cuando mi perro se hartaba, inmovilizaba a Marcelino con su poderosa pata. Quedaba Marcelino despatarrado y chafado contra el piso sin poder hacer nada hasta que el Lukas quería. Marcelino murió y noté a mi perro desconsolado y triste. Notaba su ausencia.

Muchas noches iba a casa de unos feligreses y amigos. Era un matrimonio que tenía dos niños pequeños entonces. Una tarde fui a tomar café y llevé conmigo al Lukas. Jaime, el hijo menor, tenía cuatro o cinco años. A mi perro le tenía mucho cariño pero también cierto respeto. Jaime era de los más bajitos de entre los niños de su clase, de tal modo que su estatura era más o menos la de mi perro. Se colocaron, uno frente al otro mirándose fijamente a los ojos e inmóviles durante uno o dos minutos. Y, de pronto, sin previo aviso, la sonrosada y enorme lengua del Lukas emergió de entre sus dientes y recorrió de abajo a arriba la cara de Jaime, llenándola de babas. El Lukas le demostró así su cariño pero la reacción de Jaime no fue la misma. Tras la sorpresa que lo aturdió un poco, unos cuantos improperios salieron de su boca.

Durante varios veranos organizábamos campamentos en la parroquia. Un año el Lukas se vino de acampada. La verdad, daba juego. Era tan sociable que fue un gusto que fuera el juguete de todos. Pero he de reconocer, que se ponía muy pesado. Y lo tenía que atar para que no molestase, especialmente durante las comidas. Era muy zalamero y miraba con cara de lástima a los comensales. Iba a ver si pillaba alguna sobra de algún chaval generoso. Sin embargo, juzgué acertadamente que, por razones de higiene, tenía que estar atado en esos momentos. Pues bien, una vez lo encadené a un pino, no demasiado grueso pero sí muy alto en plena canícula de julio. De improviso, mientras se servía el segundo plato, vemos una polvareda creciente que avanzaba por el campamento en dirección a nosotros. Era el Lukas que, a base de tirar, había arrancado el pino y lo arrastraba tras de sí, remolcándolo con la cadena que lo fijaba al árbol. Los resultados fueron el derribo de varias tiendas de campaña, la licencia definitiva de mi perro como campista y el descubrimiento de un Sansón perruno, admirado por su fuerza.

Tras una vida más o menos feliz, enfermó al cumplir los siete años: la horrenda leishmaniosis o enfermedad del mosquito. A los perros les pica un tipo de mosquito que se da en climas cálidos y en el sur de Europa. Su cura es muy complicada, cuando no imposible. Pierden fuerzas, sobre todo en sus cuartos traseros, su carácter se entristece, se amustian, dejan de tener apetito, adelgazan mucho y sus uñas crecen anormalmente. Tras intentarlo, sin resultado, con unas inyecciones que le administraba un veterinario hubo que optar por la peor de ellas: la letal. Fue muy triste para mí ayudar a su muerte, pero no hubo más remedio que hacerlo.

En definitiva, que para mí fue una bendición su tenencia. Sé que me ha querido de un modo incondicional. Todos los que tenéis uno lo sabéis. Un perro es una maravilla y mi Lukas más. Además salió a su amo: perro como él, pocos ha habido bajo el sol. De humano poco, a menos que la humanidad de mi Lukas se midiese por su corazón animal, grande: el de su amo es mucho más vil, pero igual de perro que el suyo. Ojalá la vida nos traiga amores tan agradecidos como los que un perro nos puede dar aunque, somos humanos y, por tanto más interesados. Es todo más difícil. Podemos amar, pero siempre nos reservamos algo. Sólo el amor de una madre por sus hijos se asemeja a la totalidad amatoria de un perro. Entre esposos o parejas es más difícil y más en los tiempos que corren en los que el compromiso se relativiza tanto y nadie quiere atarse y todo el mundo va a disfrutar. El hedonismo, la comodidad ante todo y el amor de usar y tirar, con límite de caducidad siempre, sin gratuidad ni entrega.

Querido Lukas, espérame en el cielo. Allí correremos por las verdes praderas celestiales. Mientras tanto, súbete al regazo de la Virgen María, que es muy buena y te soporta todo. Pero cuidado con molestar y tirar a san Joaquín y santa Ana, los abuelos del Señor, que están mayores y una rotura de cadera… Y, sobre todo, no te acerques a san Pedro, que tiene malas pulgas y lo mismo te manda al infierno, donde ni tú ni yo queremos estar.

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