Juan Carlos Vivó Córcoles

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Un sistema formal axiomático parte de una serie de proposiciones aceptadas sin prueba de la que se derivan unos teoremas mediante la aplicación rigurosa de unas reglas de inferencia. De ese modo se logra, partiendo de tales axiomas tomados como veraces (sin necesidad de constatación empírica), dar respuesta a los problemas a los que queramos encontrar una solución. Cualquier cuestión que no se adecue a tales postulados queda fuera del sistema.

El sistema formal axiomático más célebre y que más ha perdurado en el tiempo, inconmovible en sus cimientos hasta el siglo XIX, ha sido la geometría de Euclides. Mediante un conjunto reducido de axiomas se daba explicación a cualquier fenómeno espacial. La imagen del espacio de la que se partía era la de un plano en el cual los postulados de la geometría euclidiana tenían una lógica clara.

Con todo, el V postulado o postulado de las paralelas, concebido como evidente sin prueba e independiente de los demás,  se empezó a ver como el más endeble de todos.  Para que se entienda, del V postulado se derivan concepciones como que dada una recta y trazada una paralela jamás se tocarán en un punto.

En el siglo XIX las investigaciones independientes de Bolyai, Gauss y Lobachevski  o de Riemman dieron al traste con esta construcción intelectual. Euclides partía de un espacio plano. Pero si concibiésemos el mismo como una esfera, por poner un ejemplo, nos encontraríamos con que es posible encontrar excepciones al postulado de las paralelas. ¿Podría ser que no se diese el caso de no poder trazarse paralelas sobre una esfera? Evidentemente. Habría siempre un punto donde se encontrarían dos rectas cualesquiera.

Luego habría una falla en la completitud del sistema euclidiano: el V postulado se puede mantener siempre y cuando lo apliquemos a un espacio plano, no a otro tipo de modelo espacial. Con lo cual no se puede mantener su carácter de axioma. Depende de qué tipo de espacio tengamos como base, de qué modelo usemos.

Los sistemas formales axiomáticos han fascinado al ser humano. Son potentes máquinas de resolución de problemas. Si en la geometría, el siglo XIX supuso la quiebra de la geometría euclidiana, el siglo XX se inició con la matematización de la lógica. El monumento más importante en tal sentido fue los Principia Mathematica de Bertrand Russell y Alfred North Whitehead. Se quería reducir la matemática a la lógica. La lógica, desde una serie finita de reglas sencillas, da respuesta a todo problema matemático. Si el ser humano encuentra misterios irresolubles en este campo se debe a que su capacidad no llega, de momento, a encontrar respuesta a las dificultades planteadas.

En Russell y Whithead asoma también cierta tendencia a la abstracción de la matemática. Poco importa que las matemáticas versen sobre tomates, manzanas o peras. Las matemáticas no son intencionales, no señalan a nada. Viven ensimismadas, sin referencia. También, por irnos al extremo opuesto, hay que alejarse de toda tentación de realismo de los conceptos matemáticos. No existe la entidad matemática  real 5. No existe la entidad matemática “resta”. Por tanto, señor Platón, a callarse y a clausurar el kosmos noetós.

Tuvo que surgir la figura de un oscuro matemático, Kurt Gödel para acabar con el principio de completitud de la aritmética, enmendándole la plana a Russell y Whitehead. En Sobre las proposiciones formalmente indecibles de Principia Mathematica y sistemas afines (1931)  expone sus planteamientos. Elabora un curioso método (la göedelización) por el cual aritmetiza las reglas de la sintaxis matemática. Desde allí demuestra que no hay ningún sistema formal axiomático que con un número finito de axiomas sea completo; problemas sencillos no pueden ser resueltos sólo con axiomas y reglas. Siempre se podría introducir en el sistema un postulado que lo haga saltar por los aires. Con cambiar el modelo que se aplique ya está. Igual que hicieron Gauss o Lobachevski con la geometría euclidiana. Sí es posible, por el contrario, una completitud en sentido débil, aplicada a un determinado ámbito; pero no es posible una conpletitud global que afecte a toda la matemátic. La amplitud de la matemática es mayor que la verdad lógica y, por tanto, irreductible a ésta. No es agotable en los estrictos límites de un sistema formalizado axiomáticamente. La matemática es mucho más flexible que ese corsé tan férreo. Tantos modelos, tantas matemáticas.

Y por qué no, también introducir de nuevo un modo de realismo intencional, que saquen a las matemáticas de su cárcel lógica. Sin caer en concepciones platónicas, de una metafísica extrema de los números, la matemática tiende a lo real.

Pues bien, demostrada, mediante el llamado Teorema de Gödel la incompletitud de la matemática estaremos haciendo un canto a la creatividad. Siempre existirán afirmaciones que serán contradictorias dentro del sistema, pero siempre habrá verdades matemáticas indecibles porque lo real es inagotable y la matemática remite a lo real. No es posible trazar límites a la creatividad de la matemática para la ideación de nuevas reglas de prueba. Por consiguiente, no puede postularse una única descripción definitiva de una forma unívoca de las demostraciones matemáticas, en el caso de Russell y Whitehead, basada en la lógica.

Pues bien, después comprobar que tanto la geometría como la aritmética no pueden reducirse a un sistema formal axiomático, veremos ahora una curiosa aplicación práctica de la crisis de la geometría euclidiana y de la completitud fuerte de la matemática, que es a lo que iba.

Hay quienes defienden que podría entenderse el funcionamiento de la mente en analogía con una máquina calculadora. El cerebro resuelve problemas porque sólo contiene una serie de postulados de los que parte y sólo puede ceñirse a extraer conclusiones por medio de unas reglas que siempre serán las mismas. Pero si esto fuese así, ¿por qué mentimos? No hay que ser muy tontos para darse cuenta de que mentimos.  ¿Qué pasa con la capacidad de mentir? El ser humano es creativo; es capaz de introducir instrucciones contradictorias, de cuestionar de cambiar, de situarse en puntos de vista diferentes para abordar un mismo problema. ¿Sería por tanto reducible la mente humana a una máquina calculadora? ¿El cerebro humano funciona como tal? Trasladando a un Gödel a la filosofía de la mente, no. El cerebro no es una mera máquina de operaciones lógicas solamente. La mente es capaz de resolver cuestiones que van más allá de los estrechos límites de la lógica. La máquina no puede ser mentirosa, no crea más allá de las instrucciones dadas que jamás cuestionará a menos que funcione mal.  El ser humano avanza porque cuestiona constantemente lo que se da por supuesto.

Pero no por ello se ha de cae en un relativismo absoluto. Sólo se critica, trasladando al problema de la mente la imposibilidad de que todas las verdades aritméticas sean demostradas formalmente, la formalización absoluta de los recursos del cerebro humano. Subsiste siempre la posibilidad de encontrar nuevos principios de demostración, nuevos enfoques, distintos métodos. Un intuicionismo absoluto sería, por el contrario, absurdo. Pero también, por incompleto, un funcionamiento meramente formal de la mente. La imaginación tiene su lugar. La intuición también. La voluntad, los sentimientos. En definitiva, que la estructura de la mente es mucho más compleja y sutil que cualquier máquina, aunque ésta pueda ganar al campeón del mundo de ajedrez.

El bancal en barbecho con los surcos destrozados por infinidad de pisadas. Matojos manchados de sangre. El cuerpo de un hombre fuerte y alto desnudo y despanzurrado, con las tripas comidas por alimañas. Un ojo pinchado con un punzón clavado y otro arrancado. Los pies quemados. Un par de medias negras en la boca y sus senojiles atando la garganta, tapando un tajo quizá hecho con el cuchillo de la matazón del gorrino. Las manos atadas con vencejos. La piel acardenalada y acuchillada, restregada de tierra. Su sangre en una zafa puesta bajo el cuello. Con la escarcha perlando su piel Capado.

El día de Todos los Santos fui al cementerio de mi pueblo. Frente a una tumba en el suelo estaba el Senén de la Viñica. Es un viejo bajito, con la tez oscura del hombre de campo que se ha dejado la vida cavando y la cabeza cubierta con una sucia gorra. Lo vi cómo escupió con odio y exclamó:

-Todo el que se muere al momento es bueno menos el primo Blas.

No voy a negar que la frasecica tenía bemoles, me extrañó e intrigó. Mi abuelo decía que todo el que se muere, por muy borde que haya sido, se hace santo al instante, antes del entierro. Lo repetía mucho. Algo debería haber pasado con el primo Blas que contradecía esta máxima.

Me decidí a investigar. Mis primeros pasos se dirigieron a los mayores del pueblo. Los mejores sitios para verlos a todos reunidos eran dos: la iglesia en hora de misa para las mujeres y las partidas de dominó y cartas del Club del Pensionista. Estaba claro que a la iglesia no iría a preguntar porque es sitio de respeto donde no se debe chismorrear. Además, el curita nuevo era un pollo sin experiencia con muchas ideas progresistas pero con una mala leche que no se sabe si la había sacado de su estado laical, previo a la ordenación, o si la vida recogida del seminario se la había hecho crecer. Cuentan las beatas que un día sacó de misa a la Lolica, una bendita de Dios, a la que se le estaba yendo la cabeza porque se dedicaba a hablar mientras la homilía. ¡Qué mal cayó el suceso en el pueblo! La Lolica que vestía todos los años para el Viernes Santo a la Virgen de los Dolores. Por tanto, el mejor sitio para preguntar, pensé, era el Club del Pensionista.

No soy muy jugador pero pensé que me admitirían a una mesa del dominó. No fue así. Había que ganarse el puesto a pulso entre esa aristocracia pueblerina que era la partida de la tarde y yo era un don nadie. Así que, me conformé con pedir un café y sentarme pegado al pico de una mesa. Tenía enfrente, también de espectador, al Antoñico de Pepe el Sayo y a dos viejos del Pozuelo que no conocía de nada. Me flanqueaban Manolo el cuchillero, que tuvo un taller en Albacete hasta que se jubiló y lo cerró y José el Mije, herrero de los de antes, de martillo y fuego. Estos dos eran familiares lejanos del primo Blas y, por tanto, también emparentados con mi abuelo. El primo Blas, lo era de mi abuelo en tercer grado.

Al poco se me ocurre preguntar a José el Mije qué me podía contar del primo Blas. Al instante el ruido de envidos y truques y el golpeo de fichas de dominó enmudecieron. Me miraron como para matarme. Agaché la mirada, me levanté de la silla y el volumen habitual a esa hora no se recuperó hasta que salí al frío de la calle. Intuí algún improperio, pero no lo capté con claridad. ¿Sería por mí? Todo esto me hizo pensar que algo ocurría. Lo cual excitó aún más mi curiosidad. Pero un muro se levantaba en mi pueblo que me impedía acceder a la verdad sobre mi primo Blas.

En Navidad volví. En la plaza mayor, junto al aljibe me abordó José el Mije. Me dijo que me quería invitar a un orujo clandestino del que hacía él con su alambique. Sacó unos vasos de vino que llenó hasta la mitad. Él se bebió el contenido de una y se quedó tal cual. Traté de imitarlo. Nada más tragar el orujo me puse rojo, empecé a toser y a llorar. José el Mije, sin hablar nada fue a la alacena y cogió una botella de JB.

Me dijo: -Usted tome de esto, que es más flojo.

Esperó a que se me pasara el apuro, se puso serio y me dijo:

-Hay cosas de la vida de un pueblo que no se preguntan. Se lo advierto.

Desanimado, se me ocurrió consultar los periódicos anteriores al año en que murió el primo Blas. Para ello nada mejor que ir a la hemeroteca del Archivo Histórico de Albacete. El funcionario que me atendió quiso ponerme delante de un mamotreto de máquina para leer microfilms. Pero yo quería tocar papel y sudé tinta hasta que me sacó enfadado los periódicos que le pedía. Consulté primero la prensa del año 30, cuando la muerte del primo Blas. En un ejemplar del Ideal encontré crónica de su muerte violenta. Nunca se esclareció el asunto, pero debió ser torturado largamente, por infinidad de personas. El cadáver se encontró al amanecer, medio helado. Las torturas fueron horribles y de ellas he dado ya fe. Imaginen.

En años anteriores, La Tribuna de Albacete y, de nuevo El Ideal, de vez en cuando, daban noticia de sucesos espaciados en el tiempo pero recurrentes en mi pueblo. Un día Juan Guerrero fue al corral a atender a sus gallinas. Por la noche no se enteró del alboroto que alguien produjo al descabezar los pollos y gallinas del cercado. Puede que el que hubiera una tapia entre medias amortiguara los chillidos de los animales al morir. El pobre ni se percató.

Mi abuelo contaba que un juego de niños en su infancia era dar confianza a un pollo, acercarse a él y cuando estaba arrancarle la cabeza de un puñetazo. El animal corría un rato echando sangre hasta que caía exangüe. Se hacía como un cruel juego pero se mataba uno y la familia se lo zampaba después. Matanza tan grande no se conoció jamás.

También se cuenta que en junio, próxima la siega, se prendió fuego un sembrado de trigo a punto de coger. Pertenecía a la familia del señorito Domingo que pasaba estrecheces pues se había gastado los ahorros de la familia en putas en Madrid y ya no le quedaba más que ese terreno y un caserón ruinoso del que sólo habitaba un saloncito bajo, un dormitorio y la cocina, del miedo que le daba que se le cayera algo en la cabeza. De hecho, un tramo del tejado se había derrumbado dos años hace. No veáis el hambre que pasó.

La Paca de Antoñín se murió el año pasado en el psiquiátrico de las Tiesas, en la carretera de Mahora. Un día, siendo niña desapareció. La familia la echó de menos a la hora de comer, al salir de las escuelas. Se organizaron batidas; se buscó hasta en el último rincón; se bajó a un buen número de pozos y al aljibe de la plaza. Fue en la Cueva de las Mariquillas donde se la encontró, arañada, sin ropa, violada y con señales de haber sido molida a palos. Las heridas y la rotura de un brazo acabaron curando, pero su alma no. Una mirada de terror se fijó en su rostro y jamás se la oyó pronunciar palabra. Tampoco consintió sobre su piel la mano de un hombre.

Al volver del campo, tras un día de dura faena, mientras se preparaba el terreno para sembrar, con las mulas y la vertedera, ya de noche, la familia de Bernardo el Negro se encontró en el patio, tras las portás, y en la calle, las tejas y las cañas del tejado de su casa, con el agravante de que llovía y llovía durante casi cinco días después del desastre. Del agua, el piso de las cámaras se bufó hacia abajo y algunos trozos de yeso y cal se desprendieron. Se echaron a perder los productos de la matanza que se estaban secando, el maíz guardado para secar, los pimientos morrones, las orzas de lomo y chorizos y el vino de las tinajas y lo peor, la mistela. También las patatas y las almendras tendidas sobre el suelo se vieron afectadas. La verdad es que el deterioro del piso fue tan rápido que hubo que evacuar la casa. ¡A ver quién se atrevía a subir al rescate de la comida y la bebida!

Como dijo José el Mije hay asuntos que se ocultan, que pertenecen al secreto de la historia de un pueblo. Si te acercas a ellos, una coraza enorme te impide el paso. Está claro que el primo Blas era un salvaje, pero su muerte fue horrible, sus torturas atroces. Era un ser humano, con sus problemas, por supuesto. Violento como pocos. Pero sufrió violencia aún mayor. Todo un pueblo se unió para quitarse el problema a las bravas, y a fe que lo consiguió. Y también supo ocultar el problema. Vaya que sí. Setenta años después, ni se investiga ni se investigará. Pero el hombre ya está criando malvas y se le escupe cuando se pasa cerca de su tumba. Ay, ¿y mi abuelo?

Recuerdo con todo detalle una tarde de agosto, hace ya casi cinco años, en la que cogí del brazo a mi abuelo y lo invité a un helado. Él me notó raro. Su intuición le decía que tenía algo importante que comunicarle. Efectivamente, la noticia era mi inminente intención de dejar el sacerdocio, de colgar los hábitos, vamos. Era una decisión meditada desde hacía tiempo y que tenía su origen en una relación sentimental muy complicada. Un año después de que se terminara, ya tenía casi todo preparado para dar un paso radical en mi vida que se materializó al poco.

Él estuvo un cuarto de hora aproximadamente escuchándome con atención, sin despegar los labios. Sin embargo lo que más me sorprendió fue su comentario en cuanto terminé de hablar: “Debe ser muy duro llegar a tu casa por la noche y no tener a nadie esperándote”. No dijo nada más. Me conmovió de un modo como no podéis imaginar. Su comprensión, su apoyo,  sus palabras emanaban de la sabiduría de quien ha vivido mucho en noventa años y de quien ha tenido a esa persona que le aguardaba al volver.

Pues sí. Di un cambio a mi vida, quizá el mayor. Dejé una vida cómoda, con una posición social respetada y me lié la manta a la cabeza. Todo fue producto por esa sensación de absoluta soledad que se siente cuando no puedes acceder a la exclusividad, a una persona que se muera por ti y que te acompañe. Mucho he reflexionado por qué lo hice. Era esa necesidad lo que me movía.

A nosotros se nos educa en un modo de amor no posesivo, sino concebido como entrega a los demás. Lo mismo que Cristo se entrega en la cruz por todos los hombres, los cristianos lo hemos de hacer. Es un amor no erótico, (entendido como posesión de lo que falta para estar completos) sino visto como ágape o una filía, como entrega desinteresada, que no espera nada a cambio. Lo único que, un sacerdote, ese amor, lo debe entregar a la Iglesia y, a través de ella a la humanidad completa.

Durante años, pude vivir, con mis más y mis menos esa realidad. No me era muy difícil. Ideales fuertes, frescos. Muchos apoyos humanos y espirituales. ¿Había algo de represión? No digo que no. Todo fue  bien hasta que, casi sin esperarlo, la sensación de soledad extrema empezó a ganar terreno,  se empezó a hacer cotidiana. Una obsesión.

Mis relaciones personales eran muchas y algunas de ellas muy profundas. Pero faltaba algo. Necesitaba dirigir esa entrega amorosa a una persona en concreto y absorber lo que ella me pudiera dar a unos niveles afectivos que apenas había experimentado hasta entonces. Sin darme cuenta busqué y encontré. Pero tuve que dejar, que abandonar. Y al dejar, quedé tocado.

Tras “cambiar de vida”, surgió una relación seria que no cuajó. Con ella superé muchas cosas. Entre ellas me desinhibí moralmente respecto al sexo. ¿Por qué no? Esa era la pregunta que me hacía. Relativicé mucho. Puse por encima de todo mi afectividad, recuperar los años perdidos, vivir sensaciones, jugar. Tras ella se cruzaron otras personas pero pasaron superficialmente.

Pero hace unos meses ocurrió algo diferente. Entró alguien distinto que me hizo retomar los motivos que habían alterado mi vida. Esa persona no era un juego. Esos ideales parecía que se concretaban en una persona. Nos queríamos mucho. Nos decíamos que nunca habíamos experimentado un amor como ese. Y era verdad. Se creó una dependencia absoluta. Vivíamos el uno para el otro. Disfrutábamos mucho.  Incluso empezábamos a vislumbrar  vagos y lejanos proyectos de una vida en común. Buscábamos cómo. Se nos ocurrían locuras.

Hasta que la realidad paulatinamente se impuso. Las circunstancias entre nosotros eran tales que exigirían sacrificios enormes por parte de los dos para materializar nuestras intenciones. Incluso puede que hiciéramos mucho daño a otras personas. Comenzamos a tener un cierto malestar entre ambos, a recular, yo más tarde que ella, es cierto. Y hace nada, hablamos y decidimos cortar, manteniendo eso sí, una amistad: queremos ser el “primum inter pares”, los mejores amigos que se podía tener, puesto que ninguno de los dos podemos asumir el coste de unos pasos más allá.

En esas estamos. Tratando de encajar la nueva situación. Para mí es difícil. En mi corta experiencia, las rupturas han sido radicales, no como ésta, gracias a Dios. Nos dolería perdernos el uno al otro. Todo está muy fresco y hay que dar tiempo a que las cosas se serenen. Creo que es posible encontrar un punto de equilibrio. Lo difícil es dar con él. Y eso me está generando un dolor tremendo. Lo provoca la pérdida del futuro que yo, de un modo muy iluso quizá, deseaba; el no saber qué hacer: más o menos frialdad, más o menos distancia. Ella se ve desbordada, mal. Y, a veces, siento que no estoy a su altura.

Omnia vincit amor (es un tópico literario clásico) presente en la literatura grecolatina y que ha tenido amplio eco en el Renacimiento, donde se lo redescubre. Incluso antes, en un Petrarca lo tenemos presente. Se sale del Medievo. Se recuperan textos que se creían perdidos y el peso de lo clásico se impone. Se copian modos, estilos, temas. La mitología, la historia y la filosofía grecorromana se empiezan a divulgar. El hombre se sitúa en el centro. Y el hombre es un ser que ama a otros seres humanos y que expresa ese amor con el arte y la literatura, entre otros medios. Por supuesto que también el barroco y los autores románticos conocen este tópico y otros como el Collige Virgo rosas y que lo usan en sus obras con profusión.

La primera aparición literaria de la frase que da nombre al tópico literario tal cual está en la Égloga X de Virgilio: Omnia vincit Amor, et nos cedamus Amori (Todo lo vence el amor, dejémonos vencer por el amor. -Trad. propia.-). La cita virgiliana nos muestra a un dios, el Amor, Cupido, que de modo azaroso, con su arco y sus flechas hace posible todo. Nada se le resiste. Las relaciones amorosas surgen porque sí, sin más. No hay que dar explicación al amor. Una vez que el amor ha anidado en el corazón de dos personas, si Cupido ha querido, nada se le resiste. Todo lo puede.

Caravaggio representa en el cuadro que vemos al lado a un Cupido juguetón y maligno, con su arco preparado y pisoteando las artes, Caravaggio - Omnia vincit Amorlas ciencias y hasta el gobierno. El amor está presente en todas las facetas de la vida humana, lo mueve todo y lo conmueve todo. Acaba con todo y todo lo puede. De ahí la grandeza. Se cuenta que Caravaggio escogió bien a su modelo: un chavalín de la calle, quizá un ladronzuelo. El gesto pícaro del modelo sólo podía ser de un niño de esa extracción social. Está claro. Cupido es un pilluelo sin cabeza.

Pues bien. Sin pretender enmendarle la plana a toda la tradición literaria occidental y menos aún a la pictórica, Dios me libre, por mi experiencia (es mi opinión), diría que habría que encarcelar a ese diosecillo que se cree omnipotente y que tanto se burla con su azar. No siempre vence el amor. Otras fuerzas están en dura pugna con él. Unas veces sí obtiene su victoria; otras no. Por lo que habéis podido leer arriba, en mi caso no ha vencido, sino que me ha derrotado. Pero, a pesar de todo, no me queda otra que seguir, confiar, recuperarme y hallar un equilibrio personal en el que pueda encontrarme tranquilo, sereno, integrando a la persona con la que creía que se podía ir a más en una realidad nueva que nos permita disfrutar el uno del otro de otro modo.

Y continuar buscando, sin obsesionarme por ello. Aun sabiendo que puedo fracasar. Asumo el riesgo. Tampoco quiero fabricarme una coraza que me separe de los demás y que me ponga a la defensiva. No estoy de vuelta de todo ni de nada. En el fondo, como decía mi abuelo, lo que me pasa es muy duro entrar en casa y no tener a nadie que te espere. Cuando llegue llegará, si llega.

En definitiva que no, que todo no lo vence el amor. ¡Este Virgilio, que nos hizo creer en lo que no existe!

Imagen extraída de la Wikipedia. Caravaggio. El amor victorioso.

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Una lectura que me fascinó en su momento y a la cual vuelvo cada cierto tiempo fue Los ojos de la fe (Les yeux de la foi – 1910) del teólogo y sacerdote Jean-Pierre Rousselot (1846-1924). Quien haya estudiado fonética o dialectología no dudará en reconocer su valía como uno de los fundadores de la fonética experimental y uno de los pioneros de la dialectología. Su obra Principes de la phonétique expérimentale (1897-1909) es una referencia básica en la disciplina.

Pierre RousselotPero también en el campo de la teología fundamental su aportación es muy tenida en cuenta, aun en la actualidad (el pensamiento de Hans Urs von Balthasar o del mismo Joseph Ratzinger están muy influenciados por él).

La teología fundamental estudia las bases de credibilidad de la fe, aquello que hace comprensible, teniendo en cuenta su realidad mistérica. Es decir, busca la razonabilidad del acto de fe.

Pues bien, Pierre Rousselot, en el año de publicación de Les yeux de la foi se encontraba en medio de posiciones teológicas que o bien inclinaban el fiel de la balanza hacia la razón, eliminando los elementos volitivos o emocionales del acto de fe (el asentimiento de fe), o bien hacia el lado contrario, minusvalorando lo razonable que hay en la fe.

La postura de Rousselot busca el equilibrio. Desde san Agustín,  con su Habet namque fides oculos suos (la fe tiene sus propios ojos) se ha tratado de conciliar razón y voluntad al hablar de la fe. La fe tiene sus propios ojos dice Agustín de Hipona. Es decir, que, para que se entienda, la fe en Dios da una cosmovisión diferente de las cosas al ser humano y unos motivos a la hora de actuar muy peculiares. Yo, como creyente, actuaré del mismo modo que un no creyente, pero mis motivaciones y las razones que daré de lo que hago serán diferentes. Del mismo modo cuida de un enfermo un ateo que un creyente, pero el creyente ve en el enfermo a Cristo crucificado. Esa visión, fruto de la voluntad de querer ir más allá, es un acto volitivo, pero también funda una racionalidad, otorga al creyente motivos para seguir creyendo.

La luz de la fe, los ojos de la fe, ofrecen un nuevo objeto de conocimiento irreductible a la razón, pues no se puede explicar del todo, pero también lleno de «irracionalidad» si por tal entendemos todo aquello no explicable, sino que proviene de un asentimiento, de un salto en el abismo irracional.

¿Por qué me encanta este autor? Pues porque ha sabido aportar algo que para el creyente es básico: motivos de credibilidad de lo que es el motor de la vida unido a la justificación del valor intrínseco del acto de creer, que es compromiso con algo de lo que no se tiene certeza.

Pero cuando nos ponemos a trabajar en un proyecto que nos ilusiona, cuando depositamos nuestra confianza en una persona, cuando expresamos nuestro asentimiento a algo que se nos ha dicho pero que no hemos experimentado directamente, estamos, como Rousselot poniendo a funcionar nuestra razón que lleva a decir sí y nuestras ganas de fiarnos de algo que no sabemos fehacientemente qué es. Cuando actuamos ¿no estamos ejerciendo un acto de fe en lo que hacemos? ¿Y podemos explicar lo que nos mueve? Muchas veces sí. Otras, quizá no. En definitiva, y en lenguaje 2.0: coaching del bueno. Yo lo ficharía para dar animar y motivar a más de un equipo de trabajo.

Finalmente os facilito un enlace a la obra completa:

Los ojos de la fe

George Orwell dio cuenta una vez de las razones por las que escribía. Se resumían en cuatro:

  • Egoísmo agudo. O deseo de permanencia, de relevancia, de ser recordado y de permanecer tras la muerte.
  • Entusiasmo estético. O muestra de la belleza que, en buena medida, es fruto del saber ordenar con gusto las palabras, expresión del pensamiento.
  • Impulso histórico. Observar en los hechos la verdad y evitar que se pierdan en el olvido.
  • Propósito político. Alterar con la escritura el mundo en el que vivimos, entendiendo todo ejercicio artístico como «actitud política». Escribir es modificar nuestro entorno.

Uno no pretende con este blog llegar a tan altas cotas, ni mucho menos. ¿Qué tienen de transformador lo que pueda compartir desde aquí? La verdad ¿dónde está? En todo caso sí que puedo expresar mis opiniones. Tiene sentido entonces sentarse a teclear lo que uno piensa. ¿Estética? Con escribir sin faltas de ortografía o de sintaxis y con que se me entienda me conformo. ¿Egoísmo? Sí un poco. ¿Por qué no iba a reconocerlo? Un cierto prurito de dármelas de listo, de creer que con tener un blog ya soy alguien…

Pero bueno, en definitiva. Espero que sí que sirva esta aventura para tener un pequeño rinconcito en este piélago proceloso que es Internet desde donde hablar, reflexionar, compartir mis inquietudes y pensamientos y donde mostrar un poco lo que soy. El oficio de escribir es siempre duro. La pantalla o el papel en blanco dan mucho miedo, eso lo sabemos. Pero no puedo hacer otra cosa. Algo me impele a sentarme con mi portátil a contar mis cosas.

Cide Hamete Benengeli, al morir don Quijote, glosaba su memoria:

-¡Tate, tate, folloncicos!

De ninguno sea tocada

porque esta empresa, buen rey,

para mí estaba guardada.

Sé que esta empresa, la de comunicar, para mí está guardada. Me deseo constancia, saber hacer, capacidad de expresión y de aportación de interesantes contenidos e interacción con quien le pueda interesar lo que diga. La comunicación interpersonal es siempre bidireccional. No hay emisor sin receptor, ni avance sin crítica.

A lanzarse.


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